UN HOMBRE CON MIEDO
Por Orestes Lorenzo
El cubano más
atemorizado de todos los tiempos agoniza en La Habana. ¿Qué, sino la lógica
del miedo, puede clasificar lo obvio como un Secreto de Estado? Es el
instintivo temor a que las presas, inspiradas por su debilidad, decidan
terminarlo. No importa lo que sepan o piensen los que están en el exterior.
Esos no pueden alcanzarlo. El secreto de estado está concebido para el
rebaño. De ahí, las constantes declaraciones de recuperación, las
afirmaciones de un pronto regreso, las ridículas apariciones en pijamas, y
las muestras de un teléfono con poderes de estado. El miedo embute la razón
al extremo de pedir a estadistas extranjeros que digan sandeces. ¿No le
preocupa a Chávez el ridículo?
Así ha estado
siempre Fidel Castro: abrumado por el miedo. ¿Alguna vez le vieron transitar
por las calles de La Habana? Sus escoltas con medio cuerpo fuera de los
vehículos, apuntando sus fuciles hacia las aceras por donde transita la
gente y juegan los niños. Porque nadie como él ha estado más conciente del
desprecio nacional por su obra. ¿Qué, sino el miedo, explica la limitación
de movimientos, la vigilancia, el acoso, la amenaza, la prohibición del
libre pensamiento y, sobre todo: la absoluta prioridad en mantener a los
cubanos desinformados?
Las excepciones al
abuso son sólo las necesarias para la imagen, como los talentos que sin
aparente necesidad trabajan para el verdugo, sirviéndole de embajadores.
Silvio Rodríguez llegó al extremo de decir que él daría más a Fidel para su
recuperación, le daría su persona. Resulta incompresible para muchos
semejante servilismo de un artista excepcional que goza de considerable
reconocimiento internacional. Pero la vanidad y la ambición de poder lo
explican. Lo que Fidel le concede a Silvio en Cuba no lo tendría jamás en
otra parte. Imaginen por un momento el hipotético caso de que Silvio
Rodríguez, embriagado, condujera su automóvil contra un grupo de niños a la
salida de una escuela, matando a varios. ¿Habría apenas juicio? Seguramente
no. Poder e infalibilidad es lo que hombres como Silvio compran a Fidel con
su servilismo.
Fidel sabe como
nadie que cualquier concesión conduciría inexorablemente a su exterminio
personal. La incomprensión de esta lógica simple has sido la base de todos
los fracasos para los que alguna vez intentaron dialogar con él. Hombres
como Eloy Gutiérrez Menoyo fallan al no ver que Fidel Castro es simplemente
un hombre a merced del miedo: la supervivencia no es negociable.
Ese es el legado de
Fidel a sus seguidores. Mientras más alto se está en la escala de poder,
mayor es el miedo que se padece. Raúl, más que los otros, sumando además el
temor que tiene a su propio hermano, hoy más peligroso en fase terminal. Su
decisión de no recibir a los congresistas estadounidenses me dice que Fidel,
aunque en las últimas, aún está vivo. Raúl se cuidará mucho de todo
protagonismo mientras el hombre respire. Bien sabe él que los celos de su
hermano, especialmente ahora que están acentuados por la enfermedad, son
mortales.
Lo mismo ocurre a
todos los funcionarios visibles que se desvanecen en elogios al
convaleciente. El discurso de Pérez Roque ante los asistentes a las
recientes celebraciones, en que describe quince virtudes de Fidel, es una
joya sublimar de la mediocridad y la adulonería. Y es como si todos,
temerosos ante la remota posibilidad de que Fidel regrese, hicieran especial
esfuerzo en esconder las ambiciones de poder que tienen.
Por acá, mientras
tanto, algunos académicos compiten con Hollywood en frivolidad cuando
analizan el problema cubano. Así, el profesor Jorge I. Domínguez nos regaló
recientemente su artículo: Honrar Honra. Aunque reconoce que Fidel fue un
dictador cruel, Domínguez dice que merece ser honrado porque “transformó al
pueblo cubano en una nación, modernizó decisivamente esa sociedad, y quien
mejor entendió que los cubanos querían ser gente, y no apéndices de Estados
Unidos..”. Yo veo en su opinión que, el haber puesto a Cuba en la palestra
internacional, le merece la honra, a pesar de sus crímenes. Tengo una sola
pregunta que hacer al profesor Domínguez: ¿Honraría por igual a Fidel Castro
de haber sido usted una de sus víctimas? Más preciso: ¿Le habría honrado por
igual en su último minuto luego de recibir un disparo cuando escapaba de la
isla, o desde la pestilente humedad de una celda tapiada a donde fue
confinado por disentir? Supongo que no. Comprenderá entonces que no hay
causa que justifique uno, tan siquiera un solo crimen. Y en ese caso, las
ideas con que justifica honrar a este hombre, no solo son deshonestas, sino
que además, están apuntaladas con pura mierda intelectual.
También los
eruditos especulan sobre rivalidades internas, tendencias y luchas
intestinas por el poder. ¿Todavía no entienden que para mantener un cargo
allí es requisito indispensable la sumisión? Raúl no tiene competencia
visible, ni objetiva. Y sus potenciales adversarios no controlan
instrumento de poder real alguno. Le bastaría a Raúl con un gesto de la mano
para meter en la cárcel a cualquiera, incluyendo a Ramiro Valdés si se le
antoja. Tal es el absolutismo del poder que aún tiene su hermano, y que él
pronto heredará. Alarcón y Pérez Roque serán de los primeros en ser
despedidos, no inmediatamente, pero algún tiempo después de enterrado el
barbudo. Ellos, abominable el primero, y mediocre con actitud de canino el
segundo, no son de su cría, ni servirán a sus intereses. ¿Libertades?
Difícilmente. Raúl está tan a merced del miedo como Fidel. Demasiados
crímenes para dar a sus víctimas el poder de enjuiciarlo. Tan simple como
eso. ¿Cambios? Claro que los habrá, son hombres diferentes. Pero no en la
dirección de las libertades políticas. Habrá, eso sí, más tolerancia a la
corrupción y al enriquecimiento ilícito de los hombres que le rodeen. Será
su manera de asegurar con prebendas las lealtades que Fidel aseguraba con
psicología de patriarca severo. El pueblo, probablemente, recibirá alivios
de supervivencia como los mercados libres campesinos, el regreso de los
merolicos y la proliferación de los paladares.
En esencia, Cuba
continuará inerte a causa del miedo de sus líderes y del miedo que han
impuesto a su pueblo. El de los líderes actuales es irreversible. No así el
del pueblo. Cuba no respirará libertades mientras la generación del 59 no
desaparezca del liderazgo. O hasta el terrible desenlace que permanece
latente: El pasado 10 de diciembre, como otras veces, mientras una veintena
de pacíficos defensores de los Derechos Humanos era atacada por la chusma
que patrocina el gobierno, miles de cubanos observaban desde las calles con
la tradicional apatía que engendra el temor. Esa apatía puede desaparecer en
un instante, y esa masa de cubanos inertes, airada ante el abuso, podría
reaccionar en cadena y barrer en cuestión de unas horas, con toda la chusma,
la policía que la protege, la Seguridad del Estado, los chivatos, los
líderes y las instituciones que los oprimieron por tanto tiempo. Ese día
todos comprenderán que el miedo de Fidel estuvo siempre bien fundado.