Religión, Política, Moral,

y el Caso Cubano

Por: Alberto Luzárraga

 

Muchos pensadores profundos desde la antigüedad hasta el mundo moderno han tocado este punto llegando a conclusiones parecidas: La política sin un contenido moral se vuelve cínica y vacía. Deviene en instrumento suministrador de promesas convenientes al candidato, o al que gobierna, encaminadas simplemente a conservar el poder.

En el mejor de los casos produce una sociedad puramente utilitaria, vacía, sin un propósito superior, sin ideales. Una sociedad tan triste, como confusa y contradictoria que en su confusión genera políticas autodestructivas, mientras se entretiene con pan y circo. Ejemplo: Nos movilizamos para salvar a una ballena (lo cual me parece muy bien) mientras promovemos políticas abortistas masivas, de contenido claramente eugenésico y ello con la mayor frialdad e indiferencia. Aceptamos que el concebido y no nacido pueda heredar lo cual lo convierte en ‘persona’ si es conveniente y en ‘no persona’ si estorba. La contradicción es evidente pero es ‘necesaria’: Parte del circo es la promiscuidad sexual y el 'nasciturus' estorba.

¿Y qué es la moral sin un principio religioso y una concepción trascendente de la vida? Lo que convenga o esté de moda. En definitiva si nuestras vidas acaban aquí lo lógico es pasarlo lo mejor posible, quitar estorbos y el que venga detrás que arree.

En un brillante libro, La Terre Chemin du Ciel, un joven autor y filósofo francés, Fabrice Hadjadj, convertido al catolicismo, nos dice que las escuelas laicas son “seminarios de la nada” que “abren las puertas a creencias estúpidas”. “En ausencia de la tensión hacia el cielo que la ennoblezca, la política es pronto absorbida por la economía, por los intereses particulares y finalmente da lugar a tiranías muy diversas, hasta la última, que es la tiranía de los derechos del hombre olvidando los de Dios; es decir la de un individuo tirano de sí mismo reducido a una bestia cínica, ciega e infeliz, a una oveja sin pastor.” En nuestro libro ‘Diálogo de la Tercera República’ hablamos de lo mismo y lo calificamos de ‘derechismo constitucional’ o sea el intento de convertir cada gusto o manía personal y egoísta en un derecho que los demás deben no sólo respetar sino también subsidiar.

La juventud busca el absoluto y en su fuero interno repugna del relativismo moral, cómodo y utilitario que está de moda. Y es que en definitiva, ni resuelve nada, ni despeja las incógnitas de la vida. Ese absoluto reclama una moral estable, basada en principios justos, ayer, hoy, y mañana, es decir inmutables porque son verdad y le hablan al corazón humano; y no en construcciones cerebrales de algún ‘erudito’ cuya vida usualmente dista mucho en la práctica de lo que predica en teoría.

El laicismo moderno más que propugnar la libertad religiosa y oponerse a la religión de estado (temas superados hoy en día) se ha convertido en perseguidor del sentimiento religioso y las tradiciones de los pueblos como se demuestra por la campaña para abolir todo símbolo religioso del ámbito público unido a infinidad de producciones en films, obras teatrales etc. que denigran o ponen en ridículo las creencias de buena parte de los ciudadanos. Además el laicismo es mayormente anticristiano porque el cristianismo no amenaza con la muerte.

Es todo absurdo. La moral tiene que venir de una fuente extrínseca al hombre. Si los preceptos morales los crea una legislatura, esa misma los puede abolir. Si todo es relativo, todo se vale, de acuerdo con la supuesta conciencia del que actúa. Excelente excusa para Hitler y Stalin que consideraban a sus enemigos o a ciertos grupos humanos entes sin derecho a vivir, excrecencias sociales que había que extirpar. El principio es el mismo: Hago lo que me plazca y lo justifico como me plazca, lo que cambia es la magnitud del hecho que, vale decirlo, promueve conciencias indiferentes y distorsionadas con la comisión repetitiva de los desmanes. Cuantos más hago, menos me importa. El divorcio absoluto entre la religión y el estado, nos dice el autor mencionado, es más peligroso para el estado democrático que para la iglesia. Lleva razón, pues la inmoralidad conduce a la destrucción del estado y de ello hay historia abundante.

El principio de ley natural es que no se puede hacer un mal para conseguir un bien. Normalmente expresado como que el fin no justifica los medios. Esto se usa selectivamente hoy en día. Bajo el pretexto de la salud psíquica de la madre se mata al hijo, un mal justificado por un bien hipotético que si existiere es remediable mientras que la muerte no lo es. En Cuba lamentablemente se ha hecho de todo lo criticado en cantidades industriales con resultados previsibles: 4 millones de abortos, población envejecida y decreciente, doble moral, adoctrinamiento marxista desde la infancia con la consiguiente confusión e ignorancia de principios sanos y básicos sobre cómo funciona una sociedad, unido a un exilio masivo provocado por la desesperación de un pueblo.

Frente a este espectáculo dantesco la actitud de la Secretaría de Estado Vaticana respecto al decrépito  régimen castrista es no sólo profundamente torpe sino contraria al mandato de Cristo de apacentar las ovejas y protegerlas.

Torpe, porque apoyar a un régimen detestado por sus ciudadanos y en proceso de liquidación es, humanamente hablando, mala política. La cacareada mediación referente a los presos no sirve de pantalla a los elogios propinados al régimen cuya ‘solidaridad internacional’ alaba porque manda médicos al exterior, los mismos que explota y utiliza para infiltrar agentes. Alaba a un régimen abortista cuya línea apoya según las palabras estultas del cardenal Bertone: “Hay que seguir la línea del comandante”. Suele decirse que de Roma viene lo que a Roma va y en este sentido el cardenal Ortega es obviamente responsable. Pero no es excusa suficiente, se supone que haya un nuncio como embajador residente, que modere y matice las informaciones, y además nada de lo anterior justifica que se elimine la capacidad de pensar y valorar hechos notorios que han ocurridos durante medio siglo. Es tan obvio el carácter obsequioso, adulón y plegable de la actuación (¡Seguir con el cuento del embargo a estas alturas!) que no puede justificarse con la excusa de defender la obra de la iglesia y apacentar a las ovejas.

No somos extremistas. Entendemos que el Estado Vaticano al mantener relaciones con otro estado (aunque es más bien una pandilla gobernante) se mueve dentro del ámbito de la diplomacia. Entendemos también que lidian con gente sin escrúpulos. Pero se puede funcionar en forma correcta sin ser melifluo ni mendaz particularmente ahora que el régimen está en proceso de liquidación.

El pastor tiene que dar buen ejemplo, no confundir a los fieles y maniobrar inteligentemente cuando se puede maniobrar. Operar diplomáticamente como si no hubiera ocurrido nada, es simplemente mala política porque hay demasiada historia, documentos, testimonios de abusos y dos millones de cubanos exiliados que han mantenido esa llama viva y han sido los custodios de los documentos y testimonios. La secretaria vaticana quizás no lo sepa ni le importe, o peor, piense que la actual labor caritativa de la iglesia en Cuba le valdrá para esquivar ataques que en definitiva resistirán y pasarán. Pues sí, pasarán como todo en la vida, pero subestiman dos cosas: La decepción de sus amigos, y el odio oportunista de sus enemigos.

Frente a 50 años de decepciones, cuando el cubano emerja de la tiranía, necesita creer en algo. Necesita como el comer, un norte moral. Particularmente, porque conocerá la libertad en un mundo crecientemente relativista y corrupto. Una iglesia en postura defensiva no es buena cosa y allí la llevarán los enemigos.

La labor de los curas de trinchera en Cuba es encomiable pues esto promueven: Creer en algo que no sea sucio y mentiroso. Pero los elogios de personalidades eclesiásticas a los tiranos no ayudan, porque más temprano que tarde, eso se lo restregarán en la cara al pobre cura de pueblo que no tuvo nada que ver con las tonterías dichas por los diplomáticos que viajan en primera clase. Y se lo restregarán en la cara también al creyente que tendrá que decir lo que dice el que escribe: La iglesia es de Cristo y no de sus ministros, no tengo discrepancias con ella en materias de fe y moral porque es el legado de Cristo a Pedro. Es una buena respuesta, pero el hecho criticable subsiste y se acepta porque es cierto. Quedamos tocados.

Por ello en política humana discrepo y critico. Primero porque es mi derecho reconocido por la iglesia y segundo porque en política humana los diplomáticos vaticanos son, con harta frecuencia, notablemente incompetentes. Confeccionan caldos exóticos en los que mezclan la prudencia razonable con la comodidad personal, i.e. no buscarse problemas. Lo justifican con el dictum de que la iglesia perdura y los regímenes pasan. Cierto, ¿pero cómo perdura? En el caso de Cuba han llevado la incompetencia a nuevas cotas. Triste es decirlo: Algunos, rayan en el cinismo o promueven sus preferencias ideológicas. Y en el futuro lo pagará el pueblo de Cuba en fe disminuida y en soportar ataques interesados a todo lo que sea símbolo moral o religioso. No en balde han pasado más de 50 años de marxismo. Y si hay escándalos aún no sacados a relucir, entonces, peor pronóstico.

Benedicto XVI tiene muchos años y muchas preocupaciones. Cuba para él debe ser una prioridad muy baja. Sabe lo poco que le cuentan y deja hacer a su Departamento de Estado. Y este departamento lo utiliza como si fuera un utensilio de tramoya para mostrarlo con Castro en la nunciatura de La Habana mientras a su alrededor revolotea el nuncio repleto de palabras serviles ansioso del visto bueno de quien oprime a los que debiera considerar su rebaño. ¿Pero que puede esperarse? Basta observar la cara del sujeto y la lujosa residencia donde vive (todo lo cual ha sido posible apreciarlo gracias al video que mostró la TV) para entender que este no es hombre que tenga la sobriedad que requiere el contacto con un pueblo empobrecido y maltratado. Es un mediocre sin simpatía humana que encontró un buen puesto que solo le exige vestirse de religioso para vivir bien.

La adulación servil es corrosiva porque confunde a los fieles y rebaja a la iglesia. No tiene futuro. El régimen catatónico no está en condiciones de comprarse un problema con la iglesia y hay un amplio campo para maniobrar inteligentemente sin claudicar ni adular. Pero con estos nuncios y secretarios de estado nada de ello ocurrirá.

Roguemos a Dios que surja alguien con honor, celo religioso, y entereza que sepa llevar las cosas con prudencia pero con una firmeza que haga honor a los valores que la iglesia debe defender.