Artículo sobre los Cubanos
Escrito por un periodista mexicano
Salen de una isla pequeña y se han diseminado por todo el Mundo. Uno, es
profesor en una universidad de Australia; otro, abrió en Alaska un restaurante.
Nada los arredra, ni el frío ni el calor. Los seduce el trópico de la Florida
pero soportan igualmente a pie firme los hielos de Boston y Nueva York. No
mendigan: trabajan. Los que allá eran pobres, aquí son ricos.
Los que allá eran medio pelo, aquí son pelo y medio. Ningún obstáculo sujeta su
laboriosidad beligerante si la oferta es digna. Uno es rector de la Universidad;
otro, maquilla muertos. Cambian, pero en la superficie.
En Miami, siguen jugando bolita, peleando gallos escondidos y enviando los hijos
a la escuela privada.
En Madrid, están contra José Luís Rodríguez Zapatero y en Caracas, contra Hugo
Chávez. Siempre en la oposición. Se les critica y se les envidia pero en el
fondo se les admira. Gallegos por el trabajo y judíos por la voluntad de
sobrevivir constituyen una legión empecinada que no se deje ignorar.
Traen su música calurosa, el ruido, los frijoles negros y la palomilla con moros
y maduros. Pero traen sobre todo la simpatía, la cordialidad y la laboriosidad.
¿Quiénes son? Son los cubanos del destierro, la única población mundial
trasplantada que (salvo los hebreos) en un tercio de siglo no ha perdido su
identidad. Los que admiraban a Cuba desde lejos como ejemplo supremo de pujanza
latinoamericana, los que veían a Cuba como un milagro étnico y cultural donde
todo parecía un relajo pero todo funcionaba bien, ya no tienen que ir a Cuba
para conocerla. Aquí la tienen. Esta es Cuba.
Estos son los cubanos. Exagerados, fanfarrones, ruidosos, sí. Pero también
vitales, intensos y profundamente creadores
¿Qué no han hecho en estos 47 años los cubanos del destierro para sobrevivir con
dignidad? ¿Qué actividad manual o intelectual no han ensayado, en éste o en
aquel país, por complicada que pareciera, para no quedarse detrás, para no
dejarse discriminar?
En algunas de esas actividades han llegado tan lejos que superan a emigraciones
que los precedieron por cerca de medio siglo. No hay hospital en Estados Unidos
donde no haya hoy un médico cubano. No hay periódico donde no haya un periodista
cubano, ni banco donde no haya un banquero cubano, ni publicitaria donde no haya
un publicitario cubano, ni escuela donde no haya un maestro cubano, ni
universidad donde no haya un profesor cubano, ni comercio donde no haya un
manager cubano.
En las Grandes Ligas del béisbol el nombre de más color y brillo es el de un
cubano. En Madrid, el primer poeta latinoamericano es un negro cubano.
En la Coca Cola, Kellog's, McCormick y tantas otras su dirigente fue un cubano.
Hasta en el Congreso de Washington, en las dos cámaras se sientan en su modestia
y en su eficiencia varios cubanos.
En las tierras prestadas el extranjero parece llevar siempre en la frente la
marca del sitio de donde viene. Los cubanos llevan a Cuba. La enaltecen y la
honran, porque además de en la frente la llevan en el corazón.
Pero hay algo en el desterrado cubano, a mi juicio, superior aún a esa actividad
profesional triunfante. Y es su odio al despotismo del que huye, su amor a la
tierra que dejó. Eso lo separa y lo define. Eso da a sus triunfos en medio del
desarraigo, una grandeza que de otro modo no tendría. ¿Por qué, preguntan
algunos, no se acaban de quedar tranquilos los exiliados cubanos?
¿Por qué no aceptan de una vez que perdieron la batalla, que Castro les ganó, y
que con los medios de que disponen nunca podrán vencer a la tiranía?
Se han afincado definitivamente en esas tierras hospitalarias que los han
acogido y donde viven en lo material muchas veces mejor que como vivían allá.
Los que preguntan no conocen a los cubanos. El cubano sabe esto: aún teniéndolo
todo, si le falta Cuba, no tiene nada.
Quizás por ello han hecho su Cuba aquí. Sabe más todavía. Sabe que esa
prosperidad de que disfruta, lejos de su isla hambreada y aterrada, es en cierto
modo una forma de traición. Por eso, si se mira bien, se verá que a veces parece
que el cubano ríe, pero en realidad está llorando por dentro.
Le nace el hijo, le crece, se le gradúa en la Universidad, pero el cubano
suspira: ¡Ah, si estuviera en Cuba! Compra una casa, su auto, o su lancha, y
sigue suspirando: ¡Ah, si los tuviera en Cuba!
De una manera misteriosa, que no puede definir, hay un vínculo con aquello que
tira de él hacia allá. Ahora que la perdió sabe que no puede vivir sin Cuba, y
la sueña de noche, y le agiganta los valores, y la embellece y la idealiza, y se
culpa de no haberla entendido mejor, y la recrea en sus cantos y bailes, y la
revive en sus historias, en sus costumbres y en sus comidas.
¿Por qué compran hoy los cubanos más libros cubanos que nunca? ¿Por qué tienen
sus casas, sus negocios y sus oficinas, llenas de palmas, de banderas, de
escudos y de retratos de Martí?
¿Por qué aunque son USA citizens SIGUEN SIENDO CUBANOS. ¿Por eso se reúnen en
los municipios borrando antiguos antagonismos de partido o clase?
Porque el cubano sabe que lo único auténticamente suyo fue SU Cuba y que a ella
quisiera el poder regresar. Ahora la tiranía castrista anda en sus estertores
finales, se ve claramente que el cubano se ha estado preparando siempre, aunque
no lo supiera, solo para ese momento del regreso.
No les importa que les digan que todo lo que dejará la tiranía es hambre y
ruina. No les preocupa que le devuelvan la residencia o el negocio, si lo
tenían. Lo único que desean es volver. La casa donde nació está derruida, al
pueblo se lo han puesto desconocido, la madre ha muerto. Pero no
importa.
El exiliado quiere de todos modos ir a esa casa, a ese pueblo y a esa tumba. La
Patria empieza ahí. En el exilio tropezó, erró, y se equivocó, pero está salvado
también porque en el fondo de su ser nunca traicionó a Cuba. Cuando lleguen ese
momento muchos volverán, otros no podrán hacerlo pero la semillas que dejaron
donde estuvieron exiliados no los olvidaran perduraran por siempre y para
siempre porque lo hicieron con sacrificios, tenacidad y amor. Y aunque a lo
mejor no tendremos la oportunidad de leerlo muchos escribirán sobre su paso aquí
para orgullo de sus descendientes.
Victor Moné
Colaboración de Milton Suros