Biografía Resumida y Guión para la Serie Radial:

El Padre Varela Pastor de Almas y Defensor de la Verdad

por: Alberto Luzárraga

 

Introducción.

Muy buenas, queridos radioescuchas de habla española. Hoy vamos a comenzar una serie de programas que confiamos serán de su agrado. Se trata de la vida del sacerdote Félix Varela uno de los pocos hispanoamericanos honrados con un sello de correos por el servicio postal de los Estados Unidos, sello que fue emitido el año pasado.

¿Quién fue Varela? Demos una respuesta preliminar: sacerdote, filósofo, científico, orador, diputado a las Cortes Españolas (representando a Cuba), profesor, inventor, párroco, fundador de nuevas iglesias, fundador de escuelas, Vicario General de una gran diócesis (Nueva York) y sobre todo cura de almas dotado de una inextinguible caridad y entrañable afecto por sus semejantes, sobre todo los más desamparados. Una vida tan variada no podía pasar desapercibida para el poder secular y mucho menos para la Iglesia. La causa de beatificación del Padre Varela adelanta en Roma y según comentó el Santo Padre recientemente, a él le complacería un resultado favorable.

Ponderemos las recientes palabras del Santo Padre sobre nuestro biografiado, durante una alocución en el Aula Magna de la Universidad de La Habana con motivo de su reciente viaje a Cuba.

Es para mí un gozo encontrarme con ustedes en este venerable recinto de la Universidad de La Habana. En ella se conservan los restos del gran sacerdote y patriota, el Siervo de Dios Padre Félix Varela, ante los cuales he rezado.

En esta Universidad se conservan los restos del Padre Varela como uno de sus tesoros más preciosos. Por doquier, en Cuba, se ven también los monumentos que la veneración de los cubanos ha levantado a José Martí. Y estoy convencido de que este pueblo ha heredado las virtudes humanas, de matriz cristiana, de ambos hombres, pues todos los cubanos participan solidariamente de su impronta cultural.

Durante el transcurso de esta serie iremos desenvolviendo la vida del Padre Varela que constituye no sólo un ejemplo de virtud heroica si no, además, una vida llena de enseñanzas prácticas para el mundo en que hoy vivimos. Varela en el más amplio sentido vivió en el mundo y fuera de él. Entendió a los hombres, sus aspiraciones, los problemas de la política, las ansias de libertad de su pueblo, las angustias de los marginados y conjugó todo esto con una fidelidad absoluta a la doctrina de la Iglesia acompañada de estricta obediencia a sus superiores. Probó que se puede entender al mundo y preocuparse de él y de la patria sin dejarse seducir por las corrientes y los errores que arrastran a los más.

Su labor la resumió el Santo Padre con estas palabras:

Hijo preclaro de esta tierra es el Padre Félix Varela y Morales, considerado por muchos como piedra fundacional de la nacionalidad cubana. El mismo es, en su persona, la mejor síntesis que podemos encontrar entre fe cristiana y cultura cubana. Sacerdote habanero ejemplar y patriota indiscutible, fue un pensador insigne que renovó en la Cuba del siglo XIX los métodos pedagógicos y los contenidos de la enseñanza filosófica, jurídica, científica y teológica. Maestro de generaciones de cubanos, enseñó que para asumir responsablemente la existencia lo primero que se debe aprender es el difícil arte de pensar correctamente y con cabeza propia.

Por ello es que su vida constituye una enseñanza tan práctica como vigente.

Comencemos nuestro relato con los datos biográficos más simples, es decir, su familia y origen.

 

Datos Personales. Infancia.

Su padre fue Don Francisco Varela soldado español destinado a servir en la Isla de Cuba. Allí casó con María Josefa Morales en 1783, fecha en la que ostentaba el grado de teniente. Doña María Josefa era hija del teniente coronel del regimiento de la Habana Don Bartolomé Morales. De modo que a nuestro héroe le vienen los antecedentes militares por ambos progenitores. Y esto va a marcar su vida en cierta forma.

De este matrimonio nacen dos hijas, María de Jesús y Cristina, que anteceden a Félix. Félix pierde a su madre a temprana edad y su padre contrae segundas nupcias incorporándose un nuevo hermano, Manuel, a la familia. Su madre, Doña María Josefa Morales, tenía a su vez dos hermanas, Rita y María Morales. La última fue monja carmelita y su tía Rita fue madrina de bautizo. Fueron para él madres sustitutas en particular la tía Rita.

Acaeció que el abuelo Bartolomé fue ascendido a Coronel y asignado a la Florida Oriental. La Florida española, recién recuperada de Inglaterra, comprendía entonces parte de lo que hoy es el estado de Alabama que era la Florida Occidental. Don Bartolomé fue destinado a San Agustín, cabecera del viejo asentamiento español tanto así que su fuerte constituye el asentamiento militar más viejo de Norteamérica.

Era un destino importante. La Habana había sido tomada por los Ingleses en 1762 después de un asedio de casi dos meses por una expedición militar muy notable para aquéllos tiempos (más de 30 mil hombres entre marinos y tropas de tierra) y fué cambiada a los ingleses por la Florida una vez que se firmaron las paces.

Sin embargo, el desquite vino pronto. La Guerra de Independencia Norteamericana que estalló en 1776 dió oportunidad a España de participar apoyando a los rebeldes contras su enemigo secular y las milicias y tropa de La Habana atacaron por el Sur tomando Pensacola y complicándole la vida al General en Jefe de las tropas inglesas en esa región. Resultado: Al fin de la guerra norteamericana se recuperó la Florida que pasó a depender como siempre de la Capitanía General de la Habana. De modo que Don Bartolomé estaba encargado de conservar lo que una vez se perdió.

Era el año de 1791, Don Bartolomé se hace acompañar del huérfano de unos cuatro años de edad y de su hija Rita. Allí, a la sombra del vetusto fuerte de San Marcos, crece Félix y aprende latín y música de labios de don Michel O’Reilly, sacerdote español de ascendencia irlandesa. Dada la obra posterior de Varela con los inmigrantes irlandeses en Estados Unidos tal parecería que la Providencia le tenía destinado aprender de un preceptor irlandés para después pagar con creces lo aprendido, pues el Padre Varela fue el protector y campeón de esta nacionalidad durante su vicaría en Nueva York.

Félix siente desde niño atracción por la vida religiosa. Pero Don Bartolomé piensa diferente. Militares somos los de la familia Varela dice para sí el abuelo. Félix pudiera aspirar a hacer carrera en la milicia si ingresase como cadete. Pero Félix quiere ir al seminario de San Carlos en La Habana.

A los catorce años dice: "Yo quiero ser soldado de Jesucristo, porque mi designio no es matar hombres sino salvar almas."

Obtenido el consentimiento de Don Bartolomé, Félix parte para la Habana y deja en San Agustín los restos de Doña Rita su segunda madre. No presentía Félix que los azares de la vida lo llevarían a morir y reposar en la misma ciudad.

 

Juventud.

Es interesante y necesario repasar el momento histórico en que Varela llegó a Cuba. En 1801 reinaba en España el malhadado Carlos IV que al tolerar la incursión Napoleónica en España, habría de comenzar el proceso que condujo a la pérdida del imperio español en América. Sucedía Carlos a su padre Carlos III, figura clásica del despotismo ilustrado, que había liberalizado un tanto las condiciones de las colonias.

En el caso de Cuba todo ello coincidió con un período de extraordinario desarrollo de la economía cubana. Era la época del auge de las economías de plantaciones cuando el azúcar era un producto de lujo que alcanzaba precios extraordinarios, tales como 25 centavos de dólar por libra, - de aquéllos dólares - más del doble que hoy en día en números absolutos, y tal vez 10 veces más en números relativos ajustados por inflación.

Había un gran fermento educativo en Cuba. Bajo la dirección del padre José Agustín Caballero el seminario pretendía apartarse del viejo método escolástico de educación. Se reprochaba a la Universidad de la Habana, creada hacía 50 años, que continuase aferrada a los cánones aristotélicos.

En el medio de este fermento hace su aparición en la Habana en 1802 un nuevo Obispo, Don Juan José Díaz de Espada y Fernández de Landa, más conocido como el Obispo Espada. Espada fue tal vez el hombre que más influyó en la vida de Varela pues lo impulsó a tomar decisiones que fueron cruciales y marcaron el sesgo de muchos acontecimientos que llevaron a Varela por derroteros insospechados para el entonces seminarista.

El Obispo Espada era un clérigo muy especial. Dotado de una preclara inteligencia unida a una energía poco común emprendió una vasta labor de reforma de la Iglesia y de las instituciones sociales prestando su apoyo a los hombres más honrados y brillantes que se preocupaban por el bien común. No es el momento de reseñar su obra, baste decir que abarcó mucho desde el campo de la cultura, la educación y el saneamiento y moralización de la diócesis, hasta el de las obras públicas, incluyendo la construcción del primer cementerio de alto rango unida a la prohibición de enterrar en las Iglesias, piadosa costumbre mal avenida con un clima tropical.

Espada era un hombre inquieto y preocupado de formar hombres. Con frecuencia irrumpía en el seminario para constatar personalmente como iban los alumnos y quienes eran los más aprovechados. Entre éstos descollaba sin duda el joven Félix.

Félix se gradúa de Bachiller en Artes en 1806 y enseguida escribe al Obispo Espada solicitándole la tonsura, el poder vestir hábitos y su adscripción al servicio de una Iglesia. Repite de nuevo en otra forma lo dicho hace años "desde mis primeros años he tenido los deseos más ardientes de ser útil a la Iglesia." Varela sintió su vocación desde niño y ardía en deseos de consumarla. El "soldado de Cristo" quería ingresar a filas con la mayor premura.

Sus conocimientos de Latín le valen ejercer como preceptor de latinidad en el seminario, mientras estudia teología en la Universidad y el Colegio. Se gradúa de bachiller en teología en 1808 y apuntando de inmediato a sus aspiraciones en el profesorado solicita al Obispo le permita acceder a las oposiciones para una cátedra vacante en el seminario; petición que hacía, según él, no porque aspirase a ganar la oposición, sino sólo con el objeto de obtener méritos para sus aspiraciones docentes.

Con energía y perseverancia típicas, se comunica seguidamente con el Obispo diciéndole que se estima listo para recibir las cuatro órdenes menores y el subdiaconado. Espada impresionado con el celo de Varela le complace una vez más. Varela se dedica entonces, en las palabras de uno de sus contemporáneos, a "estar sobre los libros". El 22 de diciembre de 1810 recibe el diaconato y ya sólo le queda un paso para ser ordenado presbítero, es decir, sacerdote.

Pero su precocidad y talento le han creado un obstáculo. No contaba con la edad legal (24 años) para ser ordenado. Esto le inquieta. Quería ser sacerdote en vida de Don Bartolomé, el bueno y recto abuelo que lo había criado. Escribe al Obispo Espada: "Dígnese admitirme al sacerdocio en consideración a mi abuelo que próximo al sepulcro por su avanzada edad, graves y notorios males, espera de Vuestra Señoría Ilustrísima ver conseguido el fruto de sus desvelos en la educación y carrera del que expone."

Realmente es emocionante el cariño de Varela por su abuelo y su deseo de que viera la obra que él había

- seguramente con una pesada carga emotiva - propiciado al darle su licencia y apoyo para ser sacerdote. El viejo Don Bartolomé sin duda lo veía como un hijo-nieto y esos se incrustan muy de lleno en el corazón de los abuelos.

Accede el Obispo y el 21 de diciembre de 1811, celebra su primera misa en la Iglesia anexa al convento donde profesó su tía monja. Espada que sólo esperaba que Varela fuese sacerdote para nombrarlo profesor y aprovechar así su preclaro talento, no se hizo esperar y lo designó maestro de filosofía dándole la cátedra más importante del seminario al flamante presbítero. Así debutó Varela "oficialmente" en el magisterio.

 

Varela Profesor del Seminario de San Carlos.

Debuta nuestro biografiado como profesor en un período en que existía una rivalidad notable entre el Seminario y la Universidad. La Universidad contaba con un cuerpo docente de calidad mixta. Algunos profesores eran frailes dominicos que enseñaban latín, filosofía y teología y otros eran seglares con títulos académicos de procedencia y solidez diversa. En todo caso el método escolástico imperaba y las clases se daban en latín. Una buena parte del programa de estudio se detenía en considerar proposiciones escolásticas cuya utilidad práctica era casi nula.

Paradójicamente el Seminario de San Carlos era el centro de estudios progresista mientras que la Universidad jugaba el papel contrario. El Obispo Espada era el primer propulsor de un enfoque amplio.

Aquí es bueno referirnos a las palabras del Santo Padre que tocó el punto durante su alocución en la Universidad de La Habana.

Es de justicia recordar la influencia que el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, de La Habana, ha tenido en el desarrollo de la cultura nacional bajo el influjo de figuras como José Agustín Caballero, llamado por Martí "padre de los pobres y de nuestra filosofía", y el sacerdote Félix Varela, verdadero padre de la cultura cubana.

La superficialidad o el anticlericalismo de algunos sectores en aquella época no son genuinamente representativos de lo que ha sido la verdadera idiosincrasia de este pueblo, que en su historia ha visto la fe católica como fuente de los ricos valores de la cubanía que, junto a las expresiones típicas, canciones populares, controversias campesinas y refranero popular, tiene una honda matriz cristiana, lo cual es hoy una riqueza y una realidad constitutiva de la Nación.

Varela preparó su programa de estudio pero se sintió obligado a respetar el pasado e incluyó algunos temas de bizantinismo escolástico. Nos cuenta uno de sus biógrafos (Hernández Travieso) que respondió con llaneza a la pregunta de uno de sus alumnos. ¿Padre y para qué sirve esto? A lo cual respondió Varela: "eso no sirve para nada". Parecida observación hizo el Obispo, intimando que el nuevo profesor tenía aún "mucho que barrer."

Fue suficiente. El "elenco", como se llamaba entonces al programa de estudios lo encabezó con una máxima latina. "Feliz el que por las cosas puede conocer las causas." El título dió clara indicación de como pensaba el nuevo profesor y su aprecio por el método científico. Desde ese momento comenzó a dar sus clases en español, abandonando el latín que era usual en la Universidad y el Seminario. Tal vez sólo él, que era el mejor latinista de La Habana podía darse el lujo de hacerlo sin ser destruido por las críticas.

Pero no se piense que Varela el latinista descuidó el latín. Frente a las críticas de que rebajaba el nivel del discurso, Varela daba las clases en latín un día a la semana. ¡Pero, en que latín! Utilizaba el clásico de Virgilio y no el farragoso latín escolástico frecuentemente plagado de barbarismos. Cupo así al mejor de los latinistas de su entorno cambiar su uso, lo cual no deja de ser en cierta forma apropiado y respetuoso de la pureza de un idioma muerto que ciertamente no mejoraba con el uso docente al estilo escolástico.

Varela hablaba en sus clases y no leía. Esto que nos parece una simpleza hoy en día, no lo era tal en su época. La palabra lección viene de leer y es que lo usual era que los maestros leyesen y los alumnos se aburriesen. Varela comienza por explicar sus materias en pocas palabras y entonces vuelca los papeles. Aplicando el método Socrático, se torna alumno y pide que le enseñen lo que él explicó. Formula entonces preguntas al "maestro" y se da por "enseñado" cuando la explicación resulta clara.

No vamos a entrar de lleno en una descripción de tipo filosófico del contenido de su enseñanza pues es un tema que no cabe en el objeto de estos programas. Baste decir que Varela siempre se dejó llevar por su buen sentido común.

Algunas citas bastan para calibrar su pensamiento:

"Sólo se demuestra filósofo quien persigue única exclusivamente la verdad y la estrecha en sus brazos dondequiera que la encuentra sin preocuparse de los autores ni la doctrina y se inclina más a la razón que a la autoridad."

"Creemos muchas cosas porque así se creen y se han creído por todos; y otras muchas las rechazamos porque tradicionalmente se vienen rechazando por la generalidad."

"La credulidad es el patrimonio de los ignorantes. La experiencia y la razón son las únicas fuentes o reglas de los conocimientos."

"Hemos sido en fin educados de tal modo que tenemos a gala impugnar y eliminar

fulminantemente todo lo que contradice nuestras opiniones. ¡Cuántos males tienen aquí su origen!"

"Nos despojamos muy difícilmente de las ideas que nos infiltraron desde la infancia y en virtud de ellas llegamos a obrar por una especie de hábito."

Esta última convicción le conduce a dos preocupaciones que marcan su obra futura:

Una de ellas es la preparación de los alumnos. Se opone al uso de enseñar a los niños como si fueran irracionales incapaces de coordinar ideas. "El hombre usa de su razón desde que tiene facultades y necesidades… hablemos el lenguaje de los niños y ellos entenderán."

No menos le preocupa la educación femenina descuidada entonces hasta el extremo de limitarse con demasiada frecuencia a los rudimentos primarios. Con su habitual lucidez Varela nos dice: "el primer maestro del hombre es su madre y esto influye considerablemente en el resto de la educación."

Maestro en fin del sentido común resume su método de estudio así:

"Quien quiera aprovechar en el estudio, practique estas dos normas: Despójese de toda clase de prejuicios y hágase la idea de que nada sabe. No lea muchas cosas de una vez sino mucho de cada cosa."

No gustaba nuestro héroe de racionamientos rebuscados. Considera a Kant, Hegel y Espinoza como el "triunvirato de la heterodoxia racional" y a la filosofía alemana la reputa como torturadora de mentes y viciada de heterodoxo racionalismo. Varela era sobre todo un empirista. La filosofía de Newton le parece transida de excelencia "por ser toda ella simple, experimental y uniforme… las hipótesis asentadas en cálculos evidentísimos y en experimentos bien probados." Ni tardo ni perezoso, Varela muestra con hechos sus opiniones y organiza el primer laboratorio científico de calidad con que contó la Isla dentro del Seminario.

Siempre atento a dar todo de sí, Varela aprovechó su afición por la música y su capacidad como violinista para crear la primera Sociedad Filarmónica con que contó la isla y comenzó a dar clases de violín.

Siempre es interesante recurrir a testimonios de terceros desvinculados de la obra o la nacionalidad del biografiado. Una buena semblanza de Varela en su aspecto humano la proporciona un viajero inglés, Sir Henry Wilson. Era el año de 1822 y ya el Padre Varela constituía toda una escuela en Cuba.

Nos dice Wilson:

Por lo mucho que elogió mi joven amigo al catedrático, había picado de tal modo

mi curiosidad que deseaba oírle y verle. Su aspecto me agradó infinito, en su rostro

estaban pintadas la virtud y la sabiduría. Logré oírle explicar el sistema de atracción

según la doctrina del célebre Newton; de su boca salían la verdad y la experiencia.

Este hombre admirable recoge la amabilidad más dulce; si hubieras visto con que cariño

fui recibido cuando mi conductor me presentó a él, con que amabilidad respondió a las

preguntas que le hice y después de haber conversado conmigo amigablemente concluyó regalándome un ejemplar de las Lecciones de Filosofía que ha escrito para sus discípulos,

obra que aprecio y conservaré siempre tanto por tener una memoria apreciable de este

hombre como porque en ella se hallan las verdades puras explicadas con concisión.

Sir Henry Wilson, aristócrata británico, es sin duda un hombre culto. Por eso es pertinente su testimonio que revela al hombre privado y al profesor. Nos dice el viajero que el libro de Varela explica las verdades puras con concisión. Sir Henry captó admirablemente al hombre y al método y hubiera apreciado también la modestia de Varela que solía decir: "un libro es la obra de un hombre y ningún hombre dijo todo lo cierto ni es cierto todo lo que dijo.":

No en balde uno de sus más destacados alumnos, José de la Luz y Caballero resumió su labor así: "mientras se piense en la Isla de Cuba, se pensará en quien nos enseñó, el primero, a pensar." Y no sólo a pensar por pensar sino que - como nos recordó el Santo Padre Juan Pablo II durante su discurso en el Aula Magna de la Universidad de La Habana el 23 de enero del año en curso - "a pensar correctamente y con cabeza propia."

Veamos las palabras del Santo Padre sobre la obra educativa de Varela, y como resalta el Santo Padre algunos de los puntos a los que Varela daba suma importancia.

El fue el primero que habló de independencia en estas tierras. Habló también de democracia, considerándola como el proyecto político más armónico con la naturaleza humana, resaltando a la vez las exigencias que de ella se derivan.

Entre estas exigencias destacaba dos: que haya personas educadas para la libertad y la responsabilidad, con un proyecto ético forjado en su interior, que asuman lo mejor de la herencia de la civilización y los perennes valores trascendentes, para ser así capaces de emprender tareas decisivas al servicio de la comunidad.

Y, en segundo lugar, que las relaciones humanas, así como el estilo de convivencia social, favorezcan los debidos espacios donde cada persona pueda, con el necesario respeto y solidaridad, desempeñar el papel histórico que le corresponde para dinamizar el Estado de Derecho, garantía esencial de toda convivencia humana que quiera considerarse democrática.

Pudiéramos preguntarnos si su afición a las doctrinas científicas afectó en algo su ortodoxia, pues las actitudes de descreimiento científico empezaron a ponerse muy de moda por aquella época. La respuesta es: Absolutamente no. Dentro de su empirismo, Varela continúa aferrado al sentido común y a la ortodoxia católica. "La razón humana está por debajo de la divina y angélica y sufre graves obcecaciones, a las que como creyentes hemos de buscar su explicación legítima en el pecado original, cuyos efectos nadie en absoluto podrá negar con argumentos eficaces..."

"La propia razón nos aconseja que obedezcamos a la autoridad divina en lo referente a la fe y costumbres."

Sus comentarios sobre Sagrada Escritura son muy adelantados para la época:

"La Sagrada Escritura no fue dispuesta para los doctos en ciencias físicas sino para la información de los hombres piadosos… no hay un sólo argumento de ella derivada… con excepción de la verdad histórica… que pueda ser incompatible con los sistemas filosóficos."

"La verdad histórica choca con ciertas interpretaciones sobre el origen del mundo, el diluvio, etc., porque los autores sagrados se acomodaron al lenguaje rudo del pueblo." Nos explica el Padre Varela que apartarse de esa modalidad de estilo no constituye merma de fe sino "un empleo discreto de la razón pues reconocemos en dichos autores la prudencia y no la ignorancia como norma de sus escritos."

Situémonos ahora en el momento histórico en que Varela imparte sus clases. En 1812, las Cortes de Cádiz en representación de Fernando VII promulgan la constitución española. Se forman las Juntas en Sudamérica que originalmente gobernarían en representación del Rey contra la usurpación Napoleónica y acabarían constituyendo la base del movimiento independentista.

Estalla también la Guerra de 1812 entre Inglaterra y los Estados Unidos. Cuba y La Habana en particular están en el centro de toda la vorágine. España utiliza la Isla como centro de concentración de tropas contra los insurgentes Suramericanos. Inglaterra, ahora aliada de España, también utiliza sus colonias como bases para atacar a Estados Unidos. Los Estados Unidos ripostan con ataques corsarios a la navegación Inglesa. Como todo país situado en una encrucijada estratégica, Cuba intenta no dejarse arrastrar por los intereses particulares de los contendientes y por el contrario procura obtener ventajas de la situación, que en el caso cubano estarían representadas por mayores libertades comerciales y políticas.

Por ello, los criollos acogen con agrado la promulgación de la Constitución española de 1812 que permite la organización de diputaciones provinciales y nuevos municipios con sus respectivos ayuntamientos. Rápidamente, se organizan 34.

Al tiempo que todo esto ocurre, Napoleón, apremiado por demasiados enemigos, decide liberar a Fernando VII, llamado "El Deseado" por el pueblo español. Tan pronto es restaurado en el trono, "El Deseado" declara nula la Constitución y el principio de la soberanía popular como fuente del poder. Cuba en buena parte logra escaparse de la vuelta al absolutismo. Siguiendo la política de obtener concesiones, la colonia logra que el Rey, apremiado por sus necesidades financieras, acceda a declarar la libertad de comercio, la supresión del monopolio estatal del tabaco así como un programa de colonización blanca que respondía a los anhelos anti-esclavistas.

Pero el absolutismo es vulnerable. En 1820 Fernando no puede contener más la presión constitucionalista y accede a la restauración de la Constitución de Cádiz. La Habana la acoge con gran júbilo popular. Se autoriza la divulgación de la Constitución y la creación de cátedras para explicar el Derecho Constitucional. Varela es el profesor pedido por todos. Se cumple sin embargo con la ley y se convoca a oposiciones que son un mero trámite. Varela es el ganador y en su curso inaugural figuran 193 matriculados.

Aquí la vida de Varela toma un nuevo giro. En forma insospechada para él su cargo acabará por conducirlo a las Cortes españolas como diputado por Cuba.

¿Pero, vale la pena inquirir, qué pensaba Varela de su flamante cátedra?

"Yo llamaría a esta cátedra, la cátedra de la libertad, de los derechos del hombre, de las garantías nacionales, de la regeneración... la fuente de las virtudes cívicas," palabras que hoy en día 175 años después tienen plena actualidad.

El programa de estudios no dejaba nada que desear. Varela cubre un temario vasto que va desde la teoría del Estado hasta temas verdaderamente filosóficos como la naturaleza de la libertad individual y nacional, la distinción entre derechos, deberes y garantías constitucionales. Explica también la armonía que debe existir entre la fuerza o "imperium" que protege la ley y la aplica, y la fuerza moral que debe acompañarla, sin la cual la aplicación de la ley no está justificada.

De nuevo, citemos al profesor:

"Por la naturaleza todos los hombres tienen iguales derechos y libertad." Varela como filósofo católico basado en la ley natural puesta por Dios en el corazón del hombre deja bien claro que la libertad no se otorga por el gobernante como una concesión. Pertenece a la condición de ser persona.

¿Qué pensaba Varela, el profesor, de la forma de organizar el gobierno en la sociedad?

Nos explica que un gobierno que dirija a la sociedad es necesario, pero insiste en que el poder está limitado por naturaleza. Nos explica que la sociedad "jamás pretendió ser esclava de su gobierno, ni renunciar a sus derechos de adelantamiento y perfección."

El concepto es conciso y profundo. La sociedad para Varela es un cuerpo en desarrollo que crece y progresa. Por ello el gobierno jamás está facultado para impedir este desarrollo. Es más para Varela sin libertad no hay nación. De nuevo citémoslo:

"¿Qué nación podrá merecer este nombre si no es libre? Cuando todas las cosas se hayan trastornado y los hombres por un cúmulo de relaciones el más embarazoso y inevitable hayan llegado a perder sus derechos imprescriptibles, sin poder reclamarlos sino a costa de su propia existencia; cuando un corto número, olvidando el origen de su poder, se haya hecho árbitro de la suerte de los demás, diremos que éste es un pueblo feliz o un conjunto de esclavos en que la desgracia ha fijado su mansión? "

Varela conoce la historia y sentencia: "Los pueblos pierden su libertad o por la opresión de un tirano o por la malicia y ambición de algunos individuos que se valen del mismo pueblo para esclavizarlo, al paso que le proclaman su soberanía."

Recordemos nuevamente las palabras del Santo Padre:

El fue el primero que habló de independencia en estas tierras. Habló también de democracia, considerándola como el proyecto político más armónico con la naturaleza humana, resaltando a la vez las exigencias que de ella se derivan.

 

Varela sobre el patriotismo.

El Padre tenía un alto concepto de la nación y del patriotismo, que bien vale la pena recalcar en estos tiempos en que la mucha información no suple la falta de conceptos y definiciones sensatas.

¿Qué es la patria para Varela?

"Llamamos Patria al lugar en que por primera vez aparecimos en el gran cuadro de los seres, donde recibimos las más gratas impresiones, que son las de la infancia por la novedad que tienen para nosotros todos los objetos y la serenidad con que los contemplamos cuando ningún pesar funesto agita nuestro espíritu."

Con su fino espíritu de observador Varela nos explica el por qué de las impresiones gratas de la infancia. Se deben a la novedad y la serenidad de la percepción que nunca vuelven a presentarse con la misma intensidad.

Estas circunstancias son las que nos crean "impresiones cuya memoria nos recrea, la multitud de objetos a que estamos unidos por vínculos sagrados de naturaleza, de gratitud y de amistad..."

Naturalmente al existir la Patria, existe también el patriotismo, que nuestro filósofo define como "el amor que tiene todo hombre al país en que ha nacido y el interés que toma por su prosperidad."

Un filósofo como Varela definió también las conductas que no son patrióticas. Conciso como siempre nos da el contrapunto de lo que no es un interés patriótico pues quienes lo fingen:

"Hacen del patriotismo un instrumento aparente para obtener empleos y otras ventajas de la sociedad. Patriotas hay de nombre que no cesan de pedir la paga de su patriotismo, que le vociferan por todas partes y dejan de ser patriotas cuando dejan de ser pagados. Nadie opera sin interés, todo patriota quiere merecer de su patria, pero cuando el interés no se aviene al bien de la patria se convierte en depravación e infamia."

"El patriotismo es una virtud cívica, que a semejanza de las morales no suele tenerla el que dice que la tiene, y hay una hipocresía política mucho más baja que la religiosa. La juventud es muy fácil de alucinarse con estos cambia colores y de ser conducida a muchos desaciertos."

"Otro de los obstáculos que presenta al bien público el falso patriotismo consiste en que muchas personas, las más ineptas y a veces las más inmorales, se escudan en él disimulando el espíritu de especulación y el vano deseo de figurar. No puede haber un mal más grave en el cuerpo político y en nada debe ponerse mayor empeño que en conocer y despreciar estos especuladores."

Es de notar que el habitualmente bondadoso y plácido Padre Varela emplea un lenguaje duro y se expresa sin rodeos cuando le toca desenmascarar a los que considera malefactores peligrosos. No otra cosa puede esperarse de un hombre tan recto. La hipocresía y la mentira lo acaloran.

En fin, nos previene contra el fanatismo. La persona ligada a un pueblo por sincero patriotismo, ama a los que aman a su pueblo y viceversa. Sin embargo, un desarreglo de este amor puede tener gravísimas consecuencias. "Hay un fanatismo político - nos dice - que no es menos funesto que el religioso, y los hombres muchas veces con miras al parecer las más patrióticas, destruyen su Patria encendiendo en ella la discordia civil por aspirar a injustas prerrogativas."

Varela reflejaba los problemas de sus tiempos. Todos los tipos humanos que describía existían en aquélla época y puede decirse que en cualquiera pues el carácter humano no cambia.

No en balde sus alumnos comenzaron a llamarle Padre... de la Patria. Varela era un cristiano comprometido con su Dios y lo servía creando buenos cristianos, plenos de sentimientos nobles y leales.

 

Varela Diputado a Cortes.

Comentamos con anterioridad que el Rey no había tenido más remedio que restablecer la Constitución. Esto implicó la elección de diputados a Cortes y he aquí que Varela, el profesor de Derecho Constitucional, no pudo sustraerse a la petición de su Obispo que prácticamente le forzó la mano, empujándolo por así decirlo a presentarse a elecciones como diputado por La Habana.

El 13 de marzo de 1821 se celebraron las elecciones y el Padre resultó electo. Sin embargo, algunas cosas variaron. Varela no aceptaba (como otros representantes) instrucciones detalladas sobre su desempeño. Tenia sus ideas y un programa bien definido con tres aristas principales:

i) Descentralización administrativa para las posesiones que aún le quedaban a España, o sea, Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

ii) Reconocimiento de la independencia de las otras repúblicas sud y centroamericanas y concertación de tratados de libre comercio con ellas. En otras palabras la creación de un "Commonwealth" estilo británico antes de que éste existiera, en lo cual se mostró como un visionario con gran capacidad de estadista.

iii) Abolición de la esclavitud, servidumbre injusta que repugnaba a sus sentimientos de hombre recto y cristiano.

Sin embargo, algo presagiaba nuestro héroe. Sabía de sobra que existía mucha oposición a la libertad y a las ideas nobles. Por eso tal vez nos dice en su despedida del 18 de abril que no teme al futuro: "nada importa, un hijo de la libertad, un alma americana, desconoce el miedo."

El 28 de abril a bordo de la "Purísima Concepción" deja a Cuba para cumplir con un deber que le ocasionaría el dolor de no volver a ver su Patria tan querida. El 6 de junio la nave toca puerto en Cádiz. Varela se traslada a Madrid para enterarse que los opositores de sus ideas habían protestado de la elección y conseguido su recusación.

Pero no todo son malas noticias. Sus clases de Constitución bajo la dirección de uno de sus más aventajados alumnos, José Antonio Saco, van viento en popa. Saco cuenta con 296 alumnos entre los que figuran muchos militares. El manifiesto publicado por sus alumnos arenga a la clase de oficiales a participar en las clases en estos términos: " la ignorancia es el agente de la tiranía... y el soldado estúpido el opresor de la Patria y una máquina que sólo se mueve por la voz de su artífice." Habían aprendido bien de Varela que la libertad es una entidad orgánica en que todos deben participar para crearla.

Se imponen nuevas elecciones y esto retrasaría la presentación a Cortes de los proyectos de Varela, pues no cuenta con credenciales para asumir su representación. Pero mientras se celebran nuevas elecciones, no pierde el tiempo. Se dedica a uno de sus más caros proyectos, la reforma de la enseñanza. Logra que se cuestione la forma de operar de la Universidad, que se inquiera sobre el programa docente, que se estimule el estudio de las ciencias.

Como era de preverse, Varela es reelecto en las segundas elecciones y con él otros tres diputados cubanos de ideas afines. Junto con los diputados de Puerto Rico y Filipinas (8 en total) organiza un bloque para presentar las ideas que comparten sobre el gobierno de las provincias de ultramar.

Su vocación por el Estado de Derecho se palpa nuevamente. Nos recuerda que las distancias del gobernante al gobernado (con un mar o varios de por medio) "humedecen las leyes y a ellas se sustituye la voluntad del hombre cuanto más temible cuanto más se complace en los primeros ensayos de su poder arbitrario, o en su antigua y consolidada impunidad." Era el relato de la lucha diaria de los colonos contra los funcionarios que actuaban a su capricho y no rendían cuentas de su gestión.

Finalmente arriban sus credenciales y Varela puede desempeñar su cometido.

Presenta su proyecto sobre la abolición de la esclavitud que sin duda era el más generoso que se hubiera concebido hasta entonces sobre esa materia. Declara libres a todos los que hayan servido quince años y libres a todos los nacidos desde la promulgación de la ley. A los que quisieren comprar su libertad les permite hacerlo deduciendo los años que hubieran servido.

Y es que existía en las colonias españolas la institución de la "coartación", mediante la cual el esclavo podía solicitar a su amo que le pusiera precio y concediese licencia para ganarlo con su trabajo, pagando intereses. Inclusive, el esclavo tenía derecho a argüir sobre el precio ante un árbitro si no concordaba con éste. El proyecto de Varela intenta ajustar esta institución con las nuevas disposiciones. Esta institución muy usada en Cuba era progresista para su época pues permitía una salida negociada de la esclavitud y fue la fuente de la cual surgieron miles de artesanos de color, al extremo de que llegaron a controlar muchos gremios.

Con su típica ausencia de prejuicios raciales el Padre Varela alaba el ingenio de estos artesanos que supieron labrarse una posición por sus propias luces, que sabían leer escribir y tenían asimismo otros conocimientos. Eran nativos de la Isla y por lo tanto "españoles" a los cuales debían concederse todos los derechos ciudadanos incluido el de la representación.

Realmente no se puede pedir más considerando que esto lo postulaba en una época en que el derecho al voto estaba muy restringido y excluía con frecuencia los que no tenían bienes amén de excluir a las mujeres. Pedir el voto para los libertos era revolucionario pero a Varela se le antojaba que sólo era justo, y un anticipo del sufragio universal para todos los cubanos.

De igual amplitud de criterio es su "Proyecto de Instrucción para el Gobierno Económico Político de las Provincias de Ultramar." El proyecto sólo incluía un régimen de gobierno especial para Cuba, Filipinas y Puerto Rico, y concedía a esas posesiones un amplio grado de autonomía a través de su cuerpo electo, la Diputación Provincial, a la cual se le concedía hasta la facultad de suspender las leyes emanadas de la Península si existiesen causas graves que lo justificasen.

El proyecto estaba imbuido de las ideas progresistas de Varela. ¿Cuáles eran esas ideas?

Varela pensaba con vistas al futuro. Como apuntábamos anteriormente Varela concebía una especie de "Commonwealth" o unión no política de los Estados Americanos cimentada por tratados comerciales con la metrópoli. A 170 años de la creación de cosas similares en América cuyo comienzo ha sido el Mercosur en Sur América, el pacto Andino en la región de ese nombre y Nafta en Norteamérica; Varela sin duda se nos revela no sólo como un pensador de altura sino como un espíritu eminentemente práctico. Obviamente esto no podía lograrse en un estado de guerra y por ello abogaba nuestro biografiado por el reconocimiento de la independencia de las repúblicas de América instando a España a abstenerse de reconquistas imposibles.

Sus dotes de experimentador e inventor se reflejan claramente en estas ideas que, de haberse puesto en práctica por una España más progresista y abierta, hubieran redundado en gran progreso para la región y obviado muchos males ocasionados por el sentimiento de desvinculación del conjunto hispanoamericano, problema que aún hoy en día no se ha resuelto.

Las Cortes acogieron estos proyectos y el de organización política llegó a votarse artículo por artículo, pero he aquí que las cosas se complican. La Santa Alianza, ansiosa de restaurar el viejo orden político en Europa se pronuncia en el sentido de que Fernando VII sólo había aceptado de nuevo la Constitución como consecuencia de un golpe militar. "Se impone restablecer el principio de autoridad." España es invadida de nuevo por un ejército francés, los llamados cien mil hijos de San Luis, que esta vez no se enfrentarán a mucha resistencia pues los monárquicos españoles los apoyan.

Presionadas por el ejército invasor las Cortes dejan Madrid, y por fin se asientan en Cádiz llevándose al Rey con ellas que las acompaña de mala gana. De hecho, hubo que votar la incapacidad de Fernando y nombrar una regencia temporal para el sólo efecto del traslado a Cádiz; una vez hecho lo cual se volvió a reponer al rey. Fue un artificio jurídico para producir el traslado ya que Fernando no quería moverse de lugar. Esta votación se hizo por abrumadora mayoría de la cual formó parte Varela. La suerte está echada. Será cuestión de meses hasta que la invasión triunfe y Fernando vuelva a ser repuesto en su posición de monarca absoluto que regresa con deseos de ajustar cuentas con los que votaron su incapacidad. Una buena cantidad de diputados presagia lo que se avecina y desaparece antes de la derrota. No así Varela, hombre de honor que considera un deber cumplir el encargo de sus representados y continúa hasta el último momento.

 

Varela exiliado.

El desenlace no se hizo esperar. El día 3 de octubre de 1823, el Rey que no quería otra cosa sino el poder absoluto da orden de entregar la plaza y empieza el éxodo. Varela junto con otros diputados, se refugia en Gibraltar. Allí toma pasaje en el buque Draper C. Thorndike que se dirigía a Estados Unidos. El 15 de diciembre de 1823 arriba a Nueva York desde donde Varela va a desarrollar una labor extraordinaria. Cuentan que el Padre resbaló en la nieve y cayó, validando así la leyenda Neoyorquina de que el que resbalase al aventurarse en su primera nevada no abandonaría Norteamérica.

Varela no pasó desapercibido. Lo más florido de los liberales españoles que moraban en esa ciudad quisieron agasajarlo. Nada aceptó. Dentro de sus desengaños, se sentía bien en el país que llamó "tierra clásica de la libertad." Allí encontró a muchos de sus discípulos que también andaban a las greñas con el absolutismo. Se produjeron cambios de impresiones. Varela relató sus desengaños de parlamentario "liberal".

Resultaba que en lo respectivo a las colonias sus compañeros liberales eran más absolutistas que Fernando VII. Para ellos los españoles de América disfrutaban de la más saneada parte de la herencia presuntamente dejada por la madre patria y su deber era contribuir económicamente y no pedir demasiadas cosas.

Era una mentalidad reacia a oír razones puesto que se escudaba en ideas seudo románticas que no tenían nada que ver con la realidad. La riqueza actual de América en frutos y manufacturas era producto del trabajo de los hispanoamericanos, pero vaya usted a explicarle esto a un enjambre de políticos hambrientos y con recaudaciones mermadas.

Es aquí y como fruto de su amarga experiencia con lo más "liberal" de España que Varela decide apoyar la independencia como única salida. Nótese que en el pensamiento de nuestro biografiado, no evoluciona de detentar el poder en representación de Fernando VII para después tomarlo en nombre propio como en parte sucedió con las juntas en Sudamérica sino que se parte de un análisis y un conocimiento a fondo de los problemas de la metrópoli.

Varela se da cuenta de que su proyecto de autonomía y/o Commonwealth no puede prosperar en la España decadente de principios del siglo XIX. Sus sensibilidades de hombre culto y bien intencionado chocan con la gazmoñería intelectual y el doblez de sus compañeros de legislatura.

Considera el supuesto amor maternal de la Península respecto las colonias como una "farándula"; ve al gobierno español como una entidad "sólo fuerte para la opresión" que miraba a sus colonias "sólo como una hacienda donde trabajan sus esclavos para proporcionar los medios de sostener a sus hijos que son los peninsulares."

Fue así como se gesta la idea de crear un periódico "El Habanero" que junto a temas de divulgación científica publicaba artículos que eran esencialmente políticos y revolucionarios. El periódico tuvo una vida breve pues sólo se publicó en 1824 y 1825 y constó de 7 números, aunque justo es decir, que eran más bien cuadernos pues constaban de 25 o 30 páginas en 12o. Constituyó un esfuerzo de transición entre la llegada de Varela a los Estados Unidos y su ubicación como sacerdote adscrito a una diócesis. Pero fue una transición que marcó su pensamiento y su vida, haciéndolo "persona non grata" a la monarquía aún más si cabe, pues no sólo se manifiesta contra el sistema absolutista sino que ya rompe de lleno y aboga por la independencia, pasando a ser un propagandista peligroso.

"El Habanero" expresa tajantemente el pensamiento político e independentista de Varela. Las dos citas textuales que siguen nos dan la tónica del periódico.

"Todo pacto social, no es más que la renuncia de una parte de la libertad individual para sacar mayores ventajas de la protección del cuerpo social y el gobierno es un medio para conseguirlas." "Ningún gobierno tiene derechos. Los tiene sí el pueblo para variarlo cuando él se convierta en un medio de ruina en vez de serlo de prosperidad."

Y, se pregunta Varela:

"¿Bajo qué pretexto podía exigírsele a los cubanos el sacrificio de seguir siendo fieles a un gobierno sin recursos y embestido por mil y mil necesidades que delira, se aturde y casi se derroca a sí mismo? "

Con pinceladas emotivas nos describe sus experiencias con la clase política del montón a quienes llama "lagartos." A medida que la situación de los constitucionalistas se hacía más desesperada en Cádiz, Varela nos describe las mudanzas de opinión. "Era una diversión y una rabia ver a algunos de esos lagartos... hombres que antes eran exaltados furiosos iban apareciendo más que moderados, al día siguiente un si es no es serviles, hasta que en los últimos momentos ya eran como los lacayos de Palacio."

Eran los hombres que con frases bien traídas retrata Varela, aquéllos que decían: "Es claro que el sistema constitucional, por bueno que sea nos ha perdido. ¿Cuándo se capitula con los franceses? ¿Cuándo se acaba esto?"

Varela repugnaba de estas actitudes. Para nuestro honrado presbítero, "nada hay más respetable que la firmeza del carácter en los hombres y la ingenuidad." Firmeza e ingenuidad. Se trata de ser recios pero buenos. Ingenuo es lo opuesto del astuto enredador, es la inocencia viril del hombre sano y sin doblez. Porque a Varela de ingenuo (en el sentido de persona que no entendía su entorno) ciertamente no podría acusársele. Entendía y de sobra las consecuencias de lo que hacía. "Preveo todo lo que maquinará contra mí el espíritu de adulación que es bajo y cruel mientras está en pié su ídolo e ingrato y variable luego que perece." Espera que los aduladores del poder lo ataquen, sabe que su posición de ex-diputado y sacerdote lo expone a calumnias y en su modestia piensa que tal vez no sea él la persona más adecuada para protestar del estado de cosas. Todo lo dice con su natural franqueza desde las páginas del "Habanero."

"Mas ya que todo el mundo calla, yo no sé callar cuando mi patria peligra y habiéndola sacrificado todos los objetos de mi aprecio, yo no la negaré este último sacrificio; su imagen jamás se separa de mi vista, su bien es el norte de mis operaciones, yo la consagraré hasta el último suspiro de mi vida."

"Lo que más debe desearse en la Isla de Cuba, es que los hombres de provecho... los verdaderos patriotas se persuadan de que ahora más que nunca están en la estrecha obligación de ser útiles a su patria… que tomen parte en todos los negocios públicos con el desinterés de un hombre honrado, pero con la energía y firmeza de un patriota.

No abandonen el campo para que se señoreen de él cuatro especuladores y alguna chusma de hombres degradados, que sin duda se animarán a tomar la dirección del pueblo si encuentran una garantía de su audacia en la inoportuna moderación de los hombres de bien."

Palabras que tienen aplicación a todos los tiempos y circunstancias pero que no eran la única preocupación de Varela. Junto a estas reflexiones patrióticas el profesor y experimentador seguía ocupado. Es así como publica artículos sobre la temperatura del agua de mar a considerables profundidades, sobre el magnetismo, sobre la propagación del sonido, incluyendo tablas ajustadas a las diversas condiciones atmosféricas etc., es decir, "El Habanero" podía leerse con agrado y curiosidad científica al mismo tiempo que con ilusión patriótica. No se trataba pues de un periódico dedicado a un sólo tema, y constituye en cierta forma una rareza entre publicaciones que tocan temas políticos.

 

Varela Pastor de Almas.

Durante esta época de publicación de "El Habanero", 1824-1825, Varela gestionaba credenciales de su Obispo, que le permitieran incorporarse al clero de Nueva York. El proceso fue lento pues era necesario tener todo en regla y vencer las naturales desconfianzas hacia un recién llegado, proveniente de otra cultura y con un historial que era pintado por sus enemigos con los tonos más sombríos.

Por fin arriban las credenciales, se aceptan y se le indica que debe incorporarse de inmediato a la parroquia de Saint Peter en Nueva York. Varela se sentía feliz de haber comenzado de nuevo su ministerio sacerdotal. El párroco era el Padre John Power y su asistente el Padre Thomas Levins, ambos irlandeses de buena cepa. Powers, también había conspirado por la independencia de su patria irlandesa y hablaba varias lenguas entre ellas el español. Hicieron buenas migas, a pesar de que discrepaban en la forma de gobernar la Iglesia y en el cómo debían ser escogidos los párrocos.

Mientras tanto Varela y otros exiliados cubanos bregaban con el estudio del inglés. Para mejorar la dicción contrataron a un niño judío a fin de que les leyese en inglés. Llegó el sábado y el niño acudió tarde a las clases. Explicó que como judío ortodoxo tenía que observar el descanso sabático hasta que se cumpliese el tiempo prescrito. Nadie objetó, antes bien felicitaron a su joven profesor de dicción. Desde aquel día las clases se acomodaron al horario del lector religioso y sincero.

Varela domina pronto el inglés y se hace de amigos. Concibe de inmediato publicar un periódico en inglés y español intitulado "El amigo de la Juventud" o en inglés "Youth’s Friend." Es por entonces que los planes de asesinato del Padre Varela, fraguados por Gobernador español de La Habana Dionisio Vives se concretan. Se escoge al "Tuerto Morejón" de entre los más reputados matones de Vives. Hasta el precio se sabe. Se habían recolectado treinta mil duros entre los absolutistas para cubrir gastos y "honorarios" a fin de despachar al otro mundo al curita insolente y alborotador que no mostraba suficiente respeto por Su Señoría, el muy insigne Capitán General de la Siempre Fiel Isla de Cuba, pomposo nombre con el que se regodeaban los integristas en sus tertulias habaneras.

Los amigos de Varela se asustaron. Le pidieron que abandonase la ciudad y se ocultase. Nada más contrario a su carácter. Un buen sacerdote no teme a la muerte. Varela se negó rotundamente.

La protección policíaca en aquéllos tiempos no era gran cosa. Sus amigos recurrieron a otro recurso: los irlandeses. Eran católicos, abundaban en Nueva York y estaban avezados a las luchas y las conspiraciones contra las tiranías. Se le organizó una "guardia de corps" al buen Padre. El "Tuerto" llegó a Nueva York con su faz cetrina y mala catadura. No era difícil de identificar. Se dió cuenta que el negocio no era ni fácil ni bueno y se largó con viento fresco.

Varela no responde con el odio. Ni señala al asesino alquilado por su nombre ni truena contra el Capitán General o contra los "donantes" a la siniestra caja creada expresamente para remunerar la alevosía asesina. Desde "El Habanero" les llama simplemente cobardes porque "creen salvar la Patria persiguiendo a todo el que menos cobarde que ellos se atreve a dar un paso para libertarla del peligro y opresión que la amenazan."

Además, se burla, porque Varela tiene sentido del humor. Así es que escribe: "¡Qué sustazo, si alguno tiene 'El Habanero' a quemarlo porque si no fusilan... aunque si a alguno tienen ganas de fusilar es a mí, más por ahora no hay caso!"

Mientras todo esto acontece, el Padre Powers da a la luz un periódico católico denominado "The Truth Teller" donde anuncia una publicación que iría autorada por "Don F. Varela un caballero muy conocido en el mundo literario y autor de un invaluable tratado de Filosofía." Varela no ceja en su actividad y mientras tanto sus enemigos se extreman.

En España, la Audiencia de Sevilla dicta Sentencia el 11 de mayo de 1825, condenándolo, en rebeldía, a muerte y confiscación de bienes en unión con otros 65 diputados, castigando así la declaración de incapacidad del monarca. Por Real Orden de 27 de junio de ese mismo año se prohibe la circulación de "El Habanero" en todos los dominios españoles.

¿Se desalienta el Padre ante tanto odio y tanto obstáculo?

Nada importa. El genio de Varela siempre busca otros cauces para hacer el bien. El mes de octubre de 1826, publica la traducción anotada del "Manual de Práctica Parlamentaria" de Thomas Jefferson a quien llama el benemérito Jefferson; y no contento con esto traduce a su vez el libro de química de Davy bajo el título de "Elementos de Química Aplicada a la Agricultura en un Curso de Lecciones en el Instituto de Agricultura". Es que quería que las generaciones futuras contasen con obras buenas. Su instinto de profesor nunca desaparece.

Por entonces se designa un nuevo obispo. El Padre Powers, primer párroco a cuyas órdenes trabajó Varela, aspiraba a la mitra episcopal de Nueva York y muchos estiman que sería el próximo obispo, pero no sucede así. Un sacerdote de origen francés y de infatigable actividad -el Padre Dubois- es el escogido por Roma. Su elección no es bien vista por los irlandeses que querían a uno de los suyos.

Para Varela el tema es de sí indiferente pues no está interesado en esas cuestiones. Sin embargo, con el correr de los años llegará a ser el más cercano colaborador del nuevo obispo Dubois, identificándose plenamente con sus objetivos de educar y proporcionar trabajo a los inmigrantes y en particular a los irlandeses que constituían la colonia más numerosa.

Pero Varela soñaba con tener una Iglesia propia. En el verano de 1827 se le presenta la oportunidad. Los fideicomisarios de una Iglesia protestante deciden venderla. Apoyado por su amigo, el banquero John Lasala, Varela acude a comprarla. Se les informa que han llegado tarde pues un circo ecuestre ha formulado una oferta por 38 mil dólares, el doble de lo que valía la propiedad. Varela no tenía ni la mitad

- 19 mil dólares - de lo que se había ofrecido pero los honestos protestantes que vendían la Iglesia tenían un escrúpulo. No les gustaba que su otrora templo se dedicase a un espectáculo circense. Mantuvieron las conversaciones con Varela y acabaron cerrando trato, por 19 mil dólares con el apoyo financiero de Lasala.

Varela, de acuerdo con los cánones de la Iglesia, coloca la propiedad a nombre del obispo y la denomina "Christ’s Church" en honor del acuerdo entre ambas confesiones. Fue inaugurada el 15 de julio de 1827 y dedicada por el obispo Dubois. Varela estaba feliz. En cuatro cortos años era párroco y fundador de Iglesia. A los pocos meses de fundada, la Iglesia estaba abarrotada por un cúmulo de feligreses, inmigrantes casi todos ellos. Varela era querido por todos. Lejos de ser un hombre vano y presumido de su vasta cultura era el amigo solícito y defensor de cualquier inmigrante humilde que tocaba a su puerta. Pronto concibe el proyecto de crear una escuela de niños y otra de niñas, así como una creche o guardería infantil. En 1828 inaugura ambas.

Publica por esas fechas la tercera edición de la "Miscelánea Filosófica" y aprovechando -como él dice sus ocios- da a la luz la tercera edición de sus "Lecciones de Filosofía" que continuaban utilizándose en Cuba (irónicamente, el autor estaba condenado a muerte) así como en muchas naciones del continente donde se habían convertido en texto de estudio. Incansable, concibe un nuevo periódico científico literario, "El Mensajero" que es editado en Nueva York y obtiene un gran número de suscripciones.

¿De dónde saca Varela el tiempo para aprender un idioma lo suficientemente bien para traducirlo, publicar periódicos, obras de filosofía, recaudar fondos, fundar iglesias y escuelas y, aún así, ser el cura párroco querido por todos?

Sin duda Varela era un hombre muy inteligente y activo pero tenía asimismo una presencia tan agradable y emanaba de él tal bondad y dulzura, aunada a erudición que ganaba corazones. Esta virtud le facilita su obra más que ninguna otra.

Se cuentan multitud de anécdotas del Padre. Un hombre ocupado como él bien podía hacer uso de un reloj, pero con frecuencia le faltaba. ¿Qué ocurría? Pues que sus amigos desesperaban de hacerle que guardase alguno. Tan pronto le regalaban uno nuevo, aparecía en la casa de empeño pues el Padre tenía muchos pobres que socorrer. Igual pasaba con su abrigo que regalaba a cualquier necesitado en el crudo invierno de Nueva York.

Un día la buena ama de casa irlandesa que cuidaba la parroquia y a Varela como a un hijo dado a extremos generosos, lo descubre inclinado sobre una ventana, con un bulto en la mano. Era su frazada y un colchón que le alcanzaba a un necesitado. Ya había hecho lo mismo con los cubiertos. ¡Qué voy a hacer con este Dr. Varela! Lo regaña pero es inútil. El ama era en parte responsable. Los pobres y Varela sabían que tocar a la puerta no era conveniente pues el ama, recelando que Varela la dejaría sin siquiera una silla donde sentarse, estaba prevenida como un cancerbero celoso y espantaba a los pedigüeños.

Se ganó también la estimación de su obispo. En 1829 Dubois tuvo que partir a Europa y deja a Varela como Vicario, o sea, representante general del obispo. Este cargo al que nunca aspiró lo ratificó aún más en el afecto general debido al tacto con que lo supo desempeñar.

Varela llevaba unos escasos siete años en Estados Unidos y ya era tan popular que se le instaba a hacerse ciudadano. Pero sabía que no podía regresar a Cuba y respondía: "Yo soy en el afecto un natural de este país aunque no soy ciudadano, ni lo seré jamás por haber formado una firme resolución de no serlo de país alguno de la tierra, desde que las circunstancias me separaron de mi patria. No pienso volver a ella pero creo deberla un tributo de cariño y respeto, no uniéndome a otra alguna."

Para muchos esta actitud era lamentable. Pensaban que se malograba un futuro obispo, dignidad a la que ciertamente no aspiraba, aunque el Embajador español en Estados Unidos no lo viese así. En un documento enviado a Madrid el diplomático escribía: "el eclesiástico emigrado Varela está intrigando para obtener de Su Santidad que le nombre obispo de Nueva York" en caso de que Dubois consiguiese ser trasladado a una sede en Francia.

Madrid no fue perezosa en transferir sus inquietudes al Vaticano calificando a Varela de "haber sido uno de los principales autores de los desórdenes efectuados en España en tiempos de la Constitución en que fue diputado a Cortes y se hizo señalar por su odio a las antiguas instituciones... demostrando falsamente un gran celo religioso, procura ganarse la benevolencia de los católicos de los EEUU con el objeto de ser recomendado por ellos al Santo Padre para la silla episcopal de Nueva York si llegase a vacar."

La intriga era grosera y tonta. Varela olvidó el cargo tan pronto regresó Dubois pues para el buen Padre era carga y no premio y se dedicó a defender a la Iglesia que en aquel momento sufría violentos ataques por parte de ciertos grupos protestantes que, con un nacionalismo exaltado, acusaban a los católicos de ser leales en lo político primero al Papa y después a su Patria.

Con su habitual ingenio Varela fue al grano e ideó un eficaz medio de refutar las críticas injustas. En vez de enzarzarse en polémicas basadas en largos artículos que sólo estaban al alcance de los doctos imprimió lo que llamó "El Protestante Resumido y Anotado" donde usando un formato similar tomaba los artículos publicados en el periódico de los presbiterianos de Nueva York y los refutaba punto por punto, en un artículo contiguo. De esta forma lograba una lectura doble, incluyendo la de sus opositores al tiempo que denunciaba que era solamente esa secta la que en aquél entonces atacaba virulentamente a los católicos y no la mayoría de las otras que consideraban esos ataques como infamantes e impolíticos.

Participó, además, en una serie de debates efectuados en salones públicos en Nueva York donde los asistentes de las diferentes confesiones pagaban su entrada e iban a oír a sus respectivos oradores. El producto se repartía por igual para las obras benéficas que mantenían las diversas Iglesias. Es un bello ejemplo de convivencia que merecería ser imitado hoy en día.

La teología y los debates no son su preocupación principal. El párroco ejemplar sigue su labor. En 1830 Varela abría su quinta escuela en el número 29 de la calle St. Ann en Nueva York y promovía el traslado de Hermanas de la Caridad a fin de ponerlas a cargo de un asilo para hijos de viudas y viudos que no podían ocuparse de la crianza de sus hijos y trabajar.

Habíamos dicho que Varela nunca dejó sus aficiones científicas. Efectivamente, en 1831 el periódico católico de Nueva York, "The Teller" anuncia con satisfacción lo que llama un gran producto. Se trataba de una rueda "que facilita el movimiento y preserva el pavimento y para lo cual ha obtenido patente el Reverendo Félix Varela vecino de esta ciudad y quien es sobradamente conocido como admirador de la ciencia y uno de sus celosos cultivadores." Al parecer, la descripción anuncia un precursor del sistema "caterpillar" o gusano pues las ruedas constaban de distintas secciones que iban unidas por unas bisagras en forma de cadena.

Pero no todo son plácemes. La vetusta Christ Church se incendia y queda totalmente destruida.

Varela recibe emocionado la ayuda de sus feligreses más pobres que guardaban pedazos de sus sotanas y lo tenían por Santo. Son 5 mil dólares, muy poco para comprar ni siquiera un terreno en una ciudad donde todo había subido tremendamente desde la adquisición de Christ Church. Pero de nuevo, hay otra iglesia protestante en venta. Juan Delmónico, fundador del restaurante del mismo nombre que hoy perdura en Nueva York, adelanta la suma necesaria: 51 mil dólares. Se crea así la Iglesia de la Transfiguración. Era el año de 1836.

Por cierto, la Iglesia de la Transfiguración aún perdura, pero hoy está rodeada del barrio chino y se dedica a lo mismo: ayuda espiritual al inmigrante. Tuvimos ocasión de asistir a un acto en dicha Iglesia el año pasado, con ocasión de la emisión de un sello postal de Estados Unidos que conmemora la obra de Varela. Fue emocionante ser recibidos por los alumnos asiáticos tan bien enterados de su obra y ver como sus familias se esforzaban por adquirir los paquetes de sellos conmemorativos. Se prueba una vez más la universalidad de la Iglesia.

 

Las Cartas a Elpidio.

Vamos a comenzar ahora con el comentario de las Cartas a Elpidio, la mejor y más conocida de las obras del Padre Varela. No puede haber mejor presentación que las palabras de su Santidad:

" El Padre Varela estaba consciente de que, en su tiempo, la independencia era un ideal todavía inalcanzable; por ello se dedicó a formar personas, hombres de conciencia, que no fueran soberbios con los débiles, ni débiles con los poderosos.

Desde su exilio de Nueva York, hizo uso de los medios que tenía a su alcance: la correspondencia personal, la prensa y la que podríamos considerar su obra cimera, las Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo en sus relaciones con la sociedad, verdadero monumento de enseñanza moral, que constituye su precioso legado a la juventud cubana. Durante los últimos treinta años de su vida, apartado de su cátedra habanera, continuó enseñando desde lejos, generando de ese modo una escuela de pensamiento, un estilo de convivencia social y una actitud hacia la patria que deben iluminar,

también hoy, a todos los cubanos."

Se ha discutido si Elpidio fue una persona verdadera o un recurso literario. Para nosotros es un punto de poca importancia. Elpidio simboliza un cuerpo moral, la población cubana y en particular su juventud. Varela lo expresa claramente en la presentación de sus cartas.

"Diles que un hombre... que por desgracia o fortuna conoce a fondo a los impíos puede asegurarles que son unos desgraciados y les advierte y suplica que eviten tan funesto precipicio. Diles que ellos son la dulce esperanza de la Patria."

Para uno de los mejores biógrafos de Varela, Antonio Hernández Travieso, las cartas son uno de los mejores tratados de antropología social que se hayan escrito en castellano. Señala con acierto que Varela había vivido mucho, conocido las autoridades coloniales, los políticos españoles, los inmigrantes dedicados a veces a profesiones infamantes, los pobres de toda especie, etc. A ello añadiríamos que tenía la percepción y sensibilidad del exiliado político en otra tierra.

El exiliado piensa y compara, es parte de su exilio. En un pensador nato como Varela el producto inevitablemente sale depurado. Sus observaciones sobre la naturaleza humana se desenvuelven en el plan de la obra: las cartas sobre la superstición, la impiedad y el fanatismo, no sólo examinan esos tópicos sino quiénes son supersticiosos, impíos o fanáticos y por qué lo son.

Pero el Padre con su acostumbrada modestia las llama "Avechucho que puede acarrearme algunos enemigos, pero ya es familia a cuyo trato me he habituado pues hace rato que estoy como el yunque, siempre bajo el martillo. Vivo, sin embargo, muy tranquilo pues el tiempo y el infortunio han luchado en mi pecho, hasta que convencidos de la inutilidad de sus esfuerzos me han dejado en la posesión de mis antiguos y nunca alterados sentimientos.

¿Por qué esparcen la muerte los depositarios de la vida?

¿Por qué aborrecen los que nacieron para amar?

¿Por qué cubre la tristeza unos rostros en que debe brillar la alegría?

¿Qué causas funestísimas convierten la sociedad de los hijos de un Dios de paz en inmensas hordas de ministros del furor?"

La respuesta hay que encontrarla según él en los tres horribles monstruos que corren por todas partes inmolando nuevas víctimas y ellos no son sino la impiedad, la superstición y el fanatismo.

"Estos monstruos han sido el objeto constante de mis observaciones; he procurado seguir sus pasos, observar sus asechanzas notar sus efectos y descubrir los medios que emplean para tantas atrocidades... y que... por diversos caminos van a un mismo fin que es la destrucción del género humano."

Es el Varela de siempre, filósofo y experimentador, hombre devoto y práctico que quiere entender como y por qué ocurren los desastres morales y que le dice a su figurado Elpidio:

"Como la amistad es el bálsamo del desconsuelo, permíteme que deposite (en tu) alma los sentimientos de la mía y que en una serie de cartas te manifieste los resultados de mi investigación."

Comienza Varela con la impiedad, o sea, el descreimiento, tan de moda hoy en día. Hay tres tipos de descreídos o impíos.

Unos pretenden desconocer a Dios y niegan su origen para llevar acabo unas ideas que jamás pudieron satisfacerlos. "Semejantes a un demente que por extraña manía viendo la tierra toda iluminada dijese: el sol no existe."

"Otros confiesan que hay un Ser Supremo pero quieren que reciba sus órdenes, que todo sea conforme a sus ideas que todo halague a sus pasiones... y concluyen por confesar un Dios que es no es Dios... un Ser Supremo sujeto al capricho de sus criaturas."

"Hay otros que obstinados en sus vicios confiesan que hay un Dios y que ha dado una ley pero movidos por una horrible desesperación no quieren obedecerle y renuncian a su felicidad eterna."

¿Por qué, - se pregunta Varela - es que el impío se esfuerza en propagar su impiedad? ¿Si la vida es todo lo que cuenta y la felicidad consiste en pasar bien los pocos días que estamos sobre la tierra entonces es claro que la felicidad es un término relativo y si el piadoso o creyente encuentra en su piedad la felicidad por qué privarle de ella?

Su respuesta es lúcida. El impío vive inquieto, tiene dudas sobre sus aseveraciones. Varela lo compara a un orgulloso piloto que debe conducir una nave, pero empieza a dudar de su pericia, de sus cálculos y teme la proximidad de un peligro cierto. Por obstinación no quiere confesar su error, "da pábulo a una infundada esperanza fruto de su vanidad y se entrega a la suerte que ya por signos bien sensibles indica que ha decidido su ruina."

"Obsérvalo confuso y pensativo, ora silencioso y ora triste, ora iracundo y arrojado, procurando disimular su agitación y dando pruebas de ella: los libros no dicen lo que él quiere, la naturaleza dice abiertamente lo contrario y el tiempo juez inflexible va a dar muy pronto su irrevocable sentencia; los que por desgracia están bajo su dirección y le han confiado el precioso tesoro de sus vidas, empiezan a dudar unos, a temer otros y muchos a decir abiertamente que los lleva a la muerte."

"No hallando en la soledad el consuelo va a buscarlo entre sus desgraciados compañeros a quienes procura alucinar de mil maneras. Sus preguntas lo embarazan. Siéntese inclinado a abrir su corazón pero al momento se acusa de debilidad, hace un esfuerzo de despecho que él llama de heroísmo y determina aparecer siempre sereno, sea cual fuere el penoso estado de su espíritu."

Los incrédulos siempre declaman pomposamente sus ideas pero al Padre se le asemejan a los quejidos de un enfermo. "¡A cuántos he oído decir que quisieran creer porque sin duda serían felices! ¿No es esta una franca confesión… de que el infiel vive en tormentos?"

"Estos espíritus fuertes son muy débiles cuando entran en lucha con sus preocupaciones aunque tanto se glorían de haber destruido las ajenas."

"¿No es la imagen que acabo de presentarte la del hombre más desgraciado sobre la tierra? Pues tal es la imagen del impío. Compáralo con el original y te convencerás de su exactitud."

¿Y qué hace el impío según Varela para aliviar su inquietud y obtener algún consuelo?

Pues busca quien le apruebe lo que dice. ¿No ves con cuánto empeño procura obtener sufragios? Pues no es otro su objeto sino encontrar probabilidad a sus ideas por su difusión.

Reconoce su debilidad... y para acallar las inquietudes que ella le causa, quiere convencerse a sí mismo que es un recelo infundado, pues no es probable que muchos entendimientos perciban del mismo modo sin que haya sólidas razones para esta unidad."

Nos explica el Padre que esta constancia no se funda en el amor a los semejantes sino todo lo contrario, se funda en los principios básicos de la impiedad que postula que todos los hombres son meros instrumentos de que debemos servirnos sin cuidar mucho de ellos, y que los que se les asemejan en impiedad no pueden ser de mucha utilidad.

La explicación es precisa. Expone claramente lo que ya postulaba al principio de la obra: "La impiedad es la causa del descontento individual y social." El hombre que no cree no respeta a nada ni a nadie. Su Dios son sus pasiones y para conseguirlas arrolla con todo o se somete a la más vil servidumbre. Las más de las veces deambula confuso o alucinado presa de la ilusión o fantasía del momento.

El primer libro de las cartas causó sensación en La Habana. Gobernaba a la sazón Miguel de Tacón, militar derrotado en Sudamérica, que sentía una profunda ojeriza por los criollos. Era un gobernador de camarilla y de negocios sucios, altanero y totalitario. Su palabra era la ley pues gobernaba con facultades de gobernador de plaza sitiada, facultad concedida a los mandarines de turno por el Rey. Era partidario vergonzante de la esclavitud. Simulaba cumplir los tratados en contra del tráfico pero secretamente lo permitía y lucraba con él. No es de extrañar pues que el cúmulo de los defectos morales que apuntaban las cartas fuera prontamente achacados a Tacón, militar suspicaz, vengativo y déspota a cuya camarilla venían al dedo las palabras de Varela: "enemigos de todos y tiranos de sí mismos viven temiendo y odiando... ¿Quieres más Elpidio? El cuadro es lastimoso y nada más se necesita para convencernos."

La impiedad nos dice el Padre "destruye la confianza de los pueblos y sirve de apoyo al despotismo."

Así comienza Varela su segunda carta, repleta de sana doctrina. Nos explica el por qué de su aseveración con estas palabras: "Difundida pues la impiedad en el cuerpo social destruye los vínculos de aprecio y a la manera de un veneno corrompe toda la masa y da la muerte. El honor viene a ser un nombre vano, el patriotismo una máscara política, la virtud una quimera, la confianza una necesidad. ¿Crees que exagero Elpidio? Reflexiona y verás que sólo copio. El impío es el hombre del momento, mas el justo es hombre de la eternidad."

"Un incrédulo vive sólo para gozar en este mundo cuanto pueda; y según sus principios es un tonto si pudiendo gozar no goza por voces insignificantes de virtud y honor; mas, según sus mismos principios y los de la sana moral, son mucho más tontos que él los que tienen la simpleza de fiarse de sus palabras. Es una fiera encadenada por las leyes; mas si está al alcance una víctima, o si fallan las cadenas, la destrucción es segura."

Como vimos en la alocución del Santo Padre, citaba en ese entonces la preocupación de Varela con las leyes y el Estado de Derecho. El párrafo que hemos citado es muestra de ese interés. Varela pensaba que la infracción continuada de las leyes de una sociedad es la forma de destruirlas.

"Infringidas las leyes en gran número llega el pueblo a habituarse a estas infracciones y poco a poco va preparándose el terreno para levantar otro monumento al crimen. Anuladas las leyes y sueltas las pasiones entran los hombres en guerra funestísima e inevitable... es guerra de perfidias, de asechanzas y vilezas y en esta clase de combates el despotismo conoce... cuanto pueden servirle los impíos." Conocen, sin embargo, los déspotas el material en que se basan y se ven según nuestro filósofo en la dura necesidad de halagar y reprimir a sus agentes. "Quiero decir - nos relata - que los déspotas para cimentarse permiten a veces los excesos... y otras contienen (las) demasías sometiéndolas al mismo cetro de hierro con que gobiernan al pueblo inocente."

Definitivamente el Padre Varela no podía ser bien visto por la monarquía española. Cita a Santo Tomás para hacer la pregunta: "¿Separada la justicia qué otra cosa son los reinos sino unos grandes latrocinios? Y en Ezequiel 22:27 se dice: Sus príncipes en medio de ella como lobos que roban la presa." Relata la anécdota en que Alejandro el Magno al interrogar a un pirata que había prendido le preguntaba que le parecía su crimen de infestar los mares, a lo que éste con franqueza respondió: "lo que a ti respecto al orbe... pero como yo lo hago con un buque pequeño me llaman ladrón, pero a ti te llaman emperador."

Y es que en su prédica libertaria y moral tocaba todas las clases sociales. Hace el elogio de los militares justos, aquéllos que según frase bellísima "poseen el valor que no teme la muerte por la justicia pero sí temen el darla sin ella; aquel valor imperturbable por las amenazas del crimen pero siempre sumiso... a la voz de la virtud." Y para remachar compara a los militares justos con la "condecorada canalla cuya osadía e impunidad se basan en el abuso de las armas que se pusieron en sus manos para la defensa de la patria. Un ejército justo será siempre un consuelo para el pueblo, así como uno inicuo será siempre su infortunio."

Varela había visto y sufrido los excesos de los militares golpistas en España y de los sicarios de los gobernantes venales como el General Vives. No en balde le despachó al "Tuerto Morejón" para que acabara con él.

Sobre toda su obra se impone su condición de cristiano y sacerdote fiel: "Varias veces he meditado mi caro Elpidio sobre la analogía entre la iglesia Católica y las sociedades libres, y siempre he concluido que la libertad y el cristianismo son inseparables; y que ésta cuando se halla perseguida sólo encuentra refugio en el templo del Dios de los cristianos. En los umbrales de esos sagrados asilos quedan detenidas las obras del orgullo humano y sólo entra la obra de Dios… el hombre... una nación cristiana forma un inmenso templo. La libertad nada teme cuando la virtud está segura y el poder se ejerce con aprobación y sin obstáculos cuando la justicia y no la perversidad guía a los que mandan."

No podía hablar de otro modo la víctima de un burdo complot de asesinato urdido por quien decía representar al trono español.

Con la misma pasión, ataca a los sacerdotes infieles que se jactan de ser liberales "sin ser más que unos viles aduladores de una partida de perversos que tienen la audacia de llamarse hombres libres como si pudieran serlo los esclavos del demonio."

Los critica por sacrificar la doctrina evangélica sólo por granjearse el aprecio del mundo. Siente Varela que la Iglesia sufre por ellos y nos dice que no dista mucho de la opinión de un compañero virtuoso que reduciría a dichos sacerdotes al estado seglar.

La Superstición.

El próximo tema abordado por el Padre fue la superstición. Definía la superstición con su habitual claridad. Se trata "de (adorar) a una divinidad fingida o (tributar) un culto absurdo a la verdadera."

Le preocupaba tanto el crear ídolos ficticios como el exagerar para fines ulteriores el verdadero culto. Tenía en mente a los defensores del altar y el trono, que defendían al sistema monárquico como de derecho divino.

Aclara que es de Dios que existan autoridades para que la sociedad se gobierne, pero "Gobernar no es matar sin ton ni son, orden o concierto, sino gobernar a un pueblo de modo justo para conducirlo a la felicidad... decretar lo justo no consiste en infringir los derechos de sus súbditos con leyes arbitrarias... los supersticiosos siempre han confundido la cuestión de la obediencia con la de la justicia. ...Una cosa es obedecer por evitar males mayores y otra cosa es legitimar la injusticia."

Varela arremete contra todos los ídolos. El poder es el mayor de ellos y el más difícil de contentar. "Por más protestas que hagan los gobernantes, el placer de mandar es una miseria de la naturaleza humana de la que no pueden librarse. Fórmase pues un ídolo del Poder que como falsa deidad no recibe sino falsos honores y el que lo ejerce es el primer miserable a quien cautiva."

Nos explica que muy pronto se sucumbe a la tentación de interpretar o hacer las leyes a la pura conveniencia de los que mandan o a infringir las leyes inventando razones para hacerlo. "El temor congrega a otros muchos, que teniendo parte en la acción gubernativa, procuran extender el imperio de la arbitrariedad, cuya consecuencia necesaria es la tiranía."

"Los buenos gobernantes son unos hombres justos que resisten y vencen una tentación muy poderosa y… son muy raros para desgracia del linaje humano. La generalidad de los mandarines si no son tiranos desean serlo... he aquí porque he dicho que la tiranía es el ídolo de casi todos los gobernantes."

¿Qué se opone a esta situación?

Para Varela hay dos principios protectores, la opinión y la religión. La opinión anima a la sociedad y la religión rectifica la conciencia. "Los tiranos entronizan la superstición para destruir uno de estos principios, cuya ruina causa la del otro y se quedan sin barrera alguna."

"Las ideas religiosas forman la opinión popular y si se sustituye la pura doctrina por un fárrago de supersticiones queda el pueblo sin religión y sin opinión rectificada; de modo que la tiranía no encuentra obstáculo en su marcha."

¿Cuál es la función de la Iglesia frente al trono o el poder?

Empecemos con la definición que da Varela de la Iglesia. Para el Padre "La Iglesia es el conjunto de los creyentes bautizados que guiados por la luz de la fe, unidos con el vínculo de la caridad, nutridos con los sacramentos corren por la senda de la virtud y de la paz hacia el centro de la felicidad bajo el eterno pastor que es Cristo y su vicario que es el Papa."

"La Iglesia sólo espera del trono o del poder que remueva todo obstáculo civil que pueda oponerse a tan elevados fines... mas no depende del trono el que los consiga... a veces se ve en la dura necesidad de oponerse al trono para corregir sus demasías como lo hizo San Ambrosio con el emperador Teodosio y lo han hecho muchos otros santos prelados... no quiero quitar a la Iglesia la protección que debe recibir; pero sí quiero sacarla de una esclavitud en que no debe estar haciéndola juguete del trono... el trono rara vez concede prerrogativas al cuerpo eclesiástico para honrar a la Iglesia, por lo regular se intenta esclavizarla, comprando a los eclesiásticos perversos y engañando a los tontos."

El padre no se andaba con chiquitas y decía las cosas como son, en un lindo castellano. Es un hombre práctico y experimentado. La solución para evitar problemas es instruir. Los males intelectuales se curan yendo a contrario de la misma naturaleza que los causó, o sea, por reflexión y convencimiento. ¡Qué sabias palabras! Nada de esperar con un quietismo a que el tiempo arregle las cosas. Nos dice textualmente: "Me parece una solemne mentecatada el no apresurar los goces de las ventajas populares, contentándonos con la consideración de lo que otros gozarán cuando las semillas que sembramos produzcan los frutos deseados... el hombre está obligado a buscar su perfección y la de la sociedad en que habita y cuando haya llenado ese deber, enhorabuena que piense en sembrar para las generaciones que existirán cuando él haya desaparecido."

Las cartas sobre la superstición continúan con una serie de reflexiones y anécdotas sobre sus experiencias en Estados Unidos, que no siempre fueron buenas en el plano personal, pues tuvo que sufrir una época de agudo anticatolicismo que se proyectaba sobre sus feligreses que a menudo tenían que sufrir burlas y diversos ataques.

Varela con su buen juicio clasifica la tolerancia religiosa en tres partes. Existe la tolerancia legal, la social y la teológica. La teológica le parece imposible pues la verdad sólo puede ser una; la social es muy difícil pues las personas no gustan de convivir con sus opositores ideológicos, pero expresa que la legal sí funciona y es la única a que puede aspirarse para convivir en una sociedad con diversidad de credos.

Nos relata sus experiencias en este sentido y reconoce que jueces y jurados siempre han protegido escrupulosamente la libertad de conciencia estipulada en la Constitución Norteamericana. Alaba el "tino social" de los norteamericanos que saben hasta donde puede llegar la desavenencia, limitándola precisamente en el punto en que amenaza la estabilidad social. Y este punto siempre es el de la libertad de conciencia y de opinión. Puedes decir lo que quieras y proponer lo que quieras pero tienes que convencerme, no imponérmelo.

No tuvieron gran éxito las cartas sobre la superstición. Su relato sobre los problemas de los católicos en Estados Unidos en esa época, no fue bien recibidos por los opositores al régimen colonial. Tal vez pensaron que atacaba al paradigma que ellos querían presentar como modelo. No era así y Varela quedó dolido. El tercer tomo sobre el fanatismo no llegó a publicarse y Varela con su buen humor de siempre se pinta como modelo de fanático por ponerse a imprimir libros sin recursos con que hacerlo. Debía una buena cantidad al impresor.

Pero, quedó dolido como dijimos. Varela dedicaba sus horas de reposo a los menesteres patrióticos, horas que no eran muchas y que sacrificaba gustoso y al mismo tiempo quedaba preocupado de no poder dar más. Por eso nos dice que no publicar las cartas sobre el fanatismo lo aleja de lo que calificaba de una quimera y lo deja dueño de un "egoísmo racional". "Heme aquí, totalmente libre... sin lazos con ningún país de la tierra... yo soy mi mundo, mi corazón es mi amigo, y Dios es mi esperanza." No era cierto, nunca podría el buen Padre disfrutar de ningún egoísmo, lo que antecede es sólo una queja de patriota, que superó bien pronto.

Los asuntos pastorales le consumían la mayor parte de su tiempo. Como siempre, andaba ocupadísimo y muy solicitado como polemista. Editaba dos nuevos periódicos "The Children's Catholic Magazine" y el "New York Catholic Register". Organizó por entonces la primera Sociedad Católica de la Templanza para evitar el consumo de bebidas alcohólicas y como de costumbre el nuevo obispo que sucedió a Dubois lo hizo su hombre de confianza nombrándolo Vicario durante su ausencia en Europa. Es que Varela no aspiraba a nada pero resolvía todo con prudencia. No podía haber Vicario más seguro en que delegar.

Una buena idea del concepto en que se le tenía la provee un periódico de la época, en una traducción que nos brinda su biógrafo Hernández Travieso. Era el año 1847 y el "Freeman’s" de New York escribía: "Los que tienen el hábito de deambular por las calles de esta ciudad, se habrán percatado alguna vez de un caballero de baja estatura, débil porte y gesto humilde que suele caminar con gesto abstraído entre la multitud. El luce como desapercibido de las numerosas y bien ataviadas personas que le saludan a su paso. Y si se detiene a hablar es para hacerlo con algún pobre arrapiezo, cuya cara sucia se torna brillante al sentirse reconocido por alguien que es amado por todo el mundo."

Continúa la crónica relatando su día. "Visitante de angostas y malolientes callejuelas para llegar a tugurios donde un moribundo espera los sacramentos, para después de cumplida esta misión dejar una buena limosna a la necesitada prole. Y vuelta a su casa para encontrarla repleta de personas que acudieron por él disponiéndose con su habitual caridad a repetir muchas veces la escena anterior o una similar. No hay duda, él es el padre y amigo. Cuanto posee lo da con tal munificencia que en ocasiones carece de lo imprescindible para mantener lo más común y elemental al sostenimiento de su vida. A todos brinda consejo y admonición pero sin palabra afectada ni en tono ni gesto. Por eso sus consejos se atesoran en el corazón y aún sus admoniciones son recibidas con tal gratitud."

Y al mismo tiempo reconoce la publicación que Varela unida a esa humildad posee "un talento de primerísimo orden" que le hace acreedor de que busquen su consejo personas muy preparadas que reconocen que Varela posee "un discernimiento tan perspicaz de los negocios del mundo como candorosa es la simplicidad de su alma." Es el modelo que hemos visto idealizado por el Padre Varela: reciedad de carácter e ingenuidad, a lo que también añade el diario Neoyorquino la perspicacia, cualidad que los nativos de esa ciudad suelen apreciar y juzgar con sagacidad.

"Podría hacerse orgulloso por esto pero no pierde su humildad. Y no se juzgue arbitrario el débil escorzo de débil trazo que emprendimos del humilde y laborioso, del pío, del caritativo, culto sacerdote, fiel seguidor del manso y humillado Maestro, cuyo retrato hemos realizado con suma imperfección, para que asemeje en algo a la disposición y al carácter del Doctor Varela, bien amado pastor de la Iglesia de la Transfiguración."

Pero ya el tiempo hacía sus estragos. Varela padecía de asma y el clima de Nueva York le hacía sufrir mucho en los inviernos. Se gastaba poco a poco y tuvo que ir a pasarse unos meses en el San Agustín de la Florida donde se había criado. Se repuso y volvió a su parroquia de la Transfiguración, pero la mejoría fue fugaz. Tuvo que aceptar el retiro y a San Agustín se marchó. El párroco de esa ciudad que lo tenía por santo le asignó una habitación en el edificio de la escuela parroquial. Allí disfrutaba tocando el violín para los niños y gozaba de la tranquilidad de una población sin ruido, porque como decía "las calles aquí están hechas de arena."

Desde San Agustín respondía a su hermana que lo instaba a volver a Cuba. "Mi separación de mi Patria es inevitable y en esto convienen mis más fieles amigos. Acaso yo he tenido la culpa por quererla demasiado. Pero he aquí una sola culpa de que no me arrepiento." Era el mismo Varela que años antes se había negado a acogerse al indulto del gobierno español porque "no era un criminal " y porque le parecía indigno. Varela ofrecía su exilio como sacrificio pero jamás sus principios.

Desde La Habana le visita Betancourt Cisneros diciéndole que si Cuba no era de él, él era de Cuba y que Cuba nunca renunciaba su derecho a Varela.

Esta preocupación constante por su Patria y por su ministerio sacerdotal, fue tocada por el Santo Padre.

" Toda la vida del Padre Varela estuvo inspirada en una profunda espiritualidad cristiana. Esta es su motivación más fuerte, la fuente de sus virtudes, la raíz de su compromiso con la Iglesia y con Cuba: buscar la gloria de Dios en todo.

Cuando se encontraba al final de su camino, momentos antes de cerrar los ojos a la luz de este mundo y de abrirlos a la Luz inextinguible, cumplió aquella promesa que siempre había hecho: "Guiado por la antorcha de la fe, camino al sepulcro en cuyo borde espero, con la gracia divina, hacer, con el último suspiro, una protestación de mi firme creencia y un voto fervoroso por la prosperidad de mi patria" (Cartas a Elpidio, tomo I, carta 6, p. 182)."

Uno de sus alumnos Lorenzo de Allo lo fue a visitar desde La Habana. Lo vio "viejo, flaco, venerable de mirada mística." Era la Navidad de 1852. De Allo volvió escandalizado a la Habana al ver su pobreza y soledad. Quería traerlo a Cuba a morir rodeado de los que lo querían.

Un admirador habanero, Gonzalo Alfonso, se siente indignado por el abandono en que se encontraba el que fuese mentor de sus hijos y ordena a su banquero en Nueva York que le gire dinero a Varela. ¿Quién era ese banquero sino nuestro viejo conocido John Lasala? Al enterarse, Lasala se molesta y va a contárselo al sucesor de Dubois, el obispo Hughes. Hughes alega ignorar las circunstancias de Varela. Lo nombra pastor perpetuo de la Iglesia de la Transfiguración y le asigna una renta anual de quinientos dólares.

Fue demasiado tarde. El 3 de marzo de 1853 llega de La Habana otro alumno, José María Casal, listo a trasladarlo a la patria y pregunta de inmediato por el Padre Varela. Le informan que ha muerto el viernes 25 de febrero de 1853 y que fue sepultado el 26.

El párroco, Edmond Aubril, le relata algunos detalles de la muerte del Padre. Siempre le consideramos un santo. El día de su muerte me mandó a llamar y pidió el Viático. Cuando iba a suminístraselo me interrumpió para decir: "Tengo hecha una promesa y debo cumplirla. Protesto ante Dios y ante los hombres que he creído siempre y creo firmemente que en esa hostia está el mismo cuerpo y espíritu de Nuestro Señor Jesucristo Salvador del mundo. ¡Venid a mí Señor!"

Se corrió la voz de su muerte inminente y muchos fieles acudieron. Le solicitaban la bendición para sus hijos, entre otros una mujer protestante Varela accedió pero le dijo que lo hacía con la intención de obtener la gracia de la conversión de ella a la fe católica. Ella asintió y se postró ante él.

Pidió ser enterrado junto a su tía en una simple fosa. Sus alumnos querían llevarse el cuerpo a descansar en tierra cubana, pero los feligreses de San Agustín no lo consentían. Se les permitió, sin embargo, costear y erigir un mausoleo. El 6 de noviembre de 1911 se exhumaban los restos para trasladarlos a La Habana y depositarlos en el Aula Magna.

Su herencia es inestimable. Ha habido pocos patriotas de sentimientos tan puros y desinteresados que cumplieran al mismo tiempo con sus obligaciones en la forma que lo hizo Varela.

Antes de concluir nuestra serie de programas oigamos el resumen que el Santo Padre hace de la obra de Félix Varela, Siervo de Dios y de su Patria.

" Esta es la herencia que el Padre Varela dejó. El bien de su patria sigue necesitando de la paz sin ocaso, que es Cristo. Cristo es la vía que guía al hombre a la plenitud de sus dimensiones, el camino que conduce hacia una sociedad más justa, más libre, más humana y más solidaria. El amor a Cristo y a Cuba, que iluminó la vida del Padre Varela, está en la raíz más honda de la cultura cubana.

La antorcha que, encendida por el Padre Varela, había de iluminar la historia del pueblo cubano, fue recogida, poco después de su muerte, por esa personalidad relevante de la nación que es José Martí: escritor y maestro en el sentido más pleno de la palabra, profundamente democrático e independentista, patriota, amigo leal aún de aquellos que no compartían su programa político. El fue, sobre todo, un hombre de luz, coherente con sus valores éticos y animado por una espiritualidad de raíz eminentemente cristiana. Es considerado como un continuador del pensamiento del Padre Varela, a quien llamó "el santo cubano.

En este país, la mayor parte de los artífices de la cultura, -católicos y no católicos, creyentes y no creyentes- son hombres de diálogo, capaces de proponer y de escuchar. Los animo a proseguir en sus esfuerzos por encontrar una síntesis con la que todos los cubanos puedan identificarse; a buscar el modo de consolidar una identidad cubana armónica que pueda integrar en su seno sus múltiples tradiciones nacionales. La cultura cubana, si está abierta a la Verdad, afianzará su identidad nacional y la hará crecer en humanidad.

Peregrino en una Nación como la suya, con la riqueza de una herencia mestiza y cristiana, confío que en el porvenir los cubanos alcancen una civilización de la justicia y de la solidaridad, de la libertad y de la verdad, una civilización del amor y de la paz que, como decía el Padre Varela, "sea la base del gran edificio de nuestra felicidad". Para ello me permito poner de nuevo en las manos de la juventud cubana aquel legado, siempre necesario y siempre actual, del Padre de la cultura cubana; aquella misión que el Padre Varela encomendó a sus discípulos: "Diles que ellos son la dulce esperanza de la patria y que no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad."

Imposible decirlo mejor. Varela es un caso excepcional en que se conjugan cualidades que pocas veces se encuentran juntas. Patriota a machamartillo, hombre de carácter recio que mantiene sus principios, pensador al tanto de las últimas ideas muchas veces heterodoxas; y al mismo tiempo sacerdote ortodoxo, tierno pastor de almas, maestro solícito de sus discípulos. Es un ejemplo para los tiempos actuales que prueba que se puede vivir en el mundo y no dejarse vencer por él sino alumbrarlo con la luz del Divino Maestro, sobre todo iluminándolo para la juventud, esa juventud que de nuevo nos recuerda el Santo Padre al citar las palabras de Varela, palabras que no nos cansamos de repetir: "Ellos son la dulce esperanza de la Patria y no hay Patria sin virtud ni virtud con impiedad."

 

 

Nota bibliográfica:
Se ha escrito mucho sobre el padre Varela y pudiéramos dar una lista muy vasta de artículos y monografías, no siempre asequibles. La Biblioteca de la Ciudad de Nueva York tiene un vasto material de la época. Sin embargo, el propósito de este trabajo ha sido divulgar el pensamiento de Varela dentro de un marco biográfico y en el contexto de la visita papal. Lo mejor para adentrarse en su pensamiento es leer las Cartas a Elpidio y El Habanero. Ambos títulos se han reimpreso recientemente y se pueden obtener por correo. La Librería Universal P.O. Box 450353 Shenandoah Station Miami Fla. 33245-0353 U.S.A Telefax: 305-642-7978, los tiene disponibles. La mejor biografía a nuestro juicio es la de Antonio Hernández Travieso la cual hemos seguido en las citas traducidas al español de artículos de la época y en el plan general de la vida del Padre Varela. Agradecemos al autor ya fenecido su gran preocupación cubana y el cúmulo de datos que allegó y nos donó. Lamentablemente la reimpresión hecha por las Ediciones Universal está agotada, pero es posible que se reimprima de nuevo, aunque no de inmediato.