Sobre el Buen Gobierno y la Libertad

Tercero de Una Serie

 

(III) Definir Lo Que Queremos

 

Por: Alberto Luzárraga

 

“La dificultad estriba en llegar a un equilibrio sano en que el gobierno sea árbitro y no jugador ¿Arbitro y jugador simultáneamente? El pueblo pierde el partido”.

 

 

El demagogo al cual aludíamos en un artículo anterior usualmente tiene la mesa servida porque la población no ha meditado a fondo sobre lo que quiere. El ser humano es gregario. Ello significa vivir en sociedad y aceptar autoridad y reglas de comportamiento.

Muchos dictadores suben al poder solo con prometer orden y es que el común de los mortales a lo que aspira es que lo dejen vivir en paz y ejercer su oficio o actividad.

Pero el asunto se complica porque en el mundo, y sobre todo el moderno, para garantizar al ciudadano el disfrute de una vida pacífica y la oportunidad de ganarse la vida honradamente, hay que vigilar muchas cosas. En este sentido el gobierno es el árbitro del partido y tiene que estar presente. Nada nuevo, valga un ejemplo: Las referencias históricas a inspectores de pesas y medidas son tan antiguas como las crónicas escritas.

La dificultad estriba en llegar a un equilibrio sano en que el gobierno sea árbitro y no jugador. El gobierno es jugador cuando se inmiscuye en forma masiva en la economía y como es árbitro naturalmente no se va a dar malas calificaciones respecto a su gestión. No para ahí el asunto, si el ejecutivo tiene poderes para dictar reglamentos, o controlar el poder legislativo, el tema se complica aún más porque va a dictar reglas que le convengan a sus empresas y/o actividades.

Y entonces surge otro problema peor. Si la actividad el gobierno en la economía deja de ser subsidiaria, es decir provee servicios que otros no proveen, se extiende como un pulpo sobre la economía. Se crea así una enorme y casta de empleados ligados al gobierno.

Decimos desproporcionada porque empleados públicos en cantidad razonable debe haber y se les debe remunerar también razonablemente y sin tacañería ya que esta solo genera corrupción. Es más, una administración eficiente y honrada es siempre una administración de funcionarios bien pagados cuyo número debe ser bien controlado para que exista lo necesario y no lo superfluo.

El árbitro respecto a su gestión también necesita inspección. La división de poderes, se inventó para resolver este problema. El poder legislativo supervisa al ejecutivo y el judicial dirime controversias entre los poderes. Y el pueblo elige periódicamente al ejecutivo y al legislativo.

Pero cualquier sistema por bueno que sea en su diseño se puede corromper y hacer inoperante. El gobierno desmesurado, al crear un número enorme de personas que dependen de él vicia el proceso electoral. ¿Por quién van a votar? Por quien les digan, y así con gran simpleza se desbarata el sistema pues se consigue un legislativo y un ejecutivo que se complementan para mantenerse en el poder. Esta lacra afecta a todas las democracias representativas, el reto consiste en mantenerla a raya.

Y el único método es no permitir que el gobierno crezca demasiado. ¿Cómo hacerlo? No es tan fácil porque como apuntábamos antes, en el mundo actual hay muchas cosas que atender y hay poblaciones muy numerosas.

El remedio es bajar el nivel del gobierno. No se trata de hacerlo peor se trata de acercarlo al ciudadano común. La inmensa mayoría de la gente está antes que nada interesada en su pueblo, en su barrio, en su calle. Facilitar el acceso ciudadano se logra dividiendo el poder y dando la posibilidad de elegir funcionarios a niveles cercanos al pueblo como por ejemplo en los municipios y sus barrios. Además hay que exigir transparencia. En este ejemplo, cualquier ciudadano debe poder asistir a las deliberaciones del ayuntamiento y sus concejales. Nada debe hacerse en secreto y ningún proyecto que implique gasto público debe votarse sin deliberación e información también pública. Todo lo cual permite impugnar la decisión si se sale de los cánones marcados por la ley.

Hace 30 años con un sistema basado en notificaciones y resoluciones disponibles solo en papel, todo ello hubiera sido muy difícil de controlar. Pero hoy en día los medios permiten ver y oír lo que se dice y acceder a documentos en la red. Quiere decir que es posible crear subdivisiones administrativas que sean prácticas y no creaciones teóricas.

¿Muy bien verdad? Pero trátese de hacer esto en un régimen en que el gobierno controla la economía o gran parte de ella, la salud las elecciones, los retiros los jueces, los medios de comunicación. Es el diseño totalitario que se conoce en Cuba pero no se creó de la noche a la mañana. Castro fue desmantelando las divisiones del poder que existían en la sociedad cubana siempre con la excusa demagógica de favorecer a los necesitados.

Solo omitió decir que el mayor necesitado era él que necesitaba el poder absoluto.

¿Y cómo logró hacerlo con el beneplácito de gran parte del pueblo?

Respuesta: Inmadurez política. Volvemos al título del artículo, hay que saber lo que se quiere y el pueblo de Cuba no tenía claro este asunto. Quería libertad, justicia, honradez en el gobierno, oportunidades para progresar, pero pensaba que eso lo daba alguien. La psique nacional no había captado en su conciencia que había que crearlo y que mucho estaba ya hecho y que solo requería mejorarlo. Cayó en el mesianismo y entregó un cheque en blanco a un hombre, secundado por una pandilla cínica y aprovechada que manipuló el patriotismo para su conveniencia.

Cincuenta años más tarde nos encontramos con una generación nacida en el sistema castrista, frustrada porque no hay forma de progresar, pero con ideas confusas en cuanto a lo que se requiere para hacerlo. La idea de que la libertad de empresa y la propiedad del fruto del trabajo son las condiciones esenciales de la libertad política; y que ambas cosas van juntas y se nutren unas de otras, tiene que ser captada a fondo.

El gobierno castrista no ha concedido libertad empresarial porque sabe lo anterior y no ha querido debilitar su monopolio del poder. El ciudadano independiente económicamente será independiente políticamente. Desesperado por la ineficiencia que gestó, ahora despide cubanos por cientos de miles, pretende achicarse y autoriza mini-empresas que asfixia con impuestos y cargas. Fracasará porque el asunto no es achicarse solamente, es crear trabajo remunerativo en grandes cantidades y eso solo lo sabe hacer el empresario que Castro exilió o se ha dedicado a asfixiar cada vez que ha intentado levantar la cabeza.

Lección a aprender: La nueva Cuba no puede crear un sistema castrista mitigado que es lo que quisieran los hijos de la élite castrista. Simplemente, porque no va a crear ni libertad ni trabajo. Va a crear otra casta aprovechada.

Hay que definir y entender: Si se quiere un gobierno justo y un país próspero hay que trabajarlo y crearlo. No hay mesías político, no hay mesías económico. Esperar a que me den es de niños, de minusválidos o de pordioseros. No podemos ser nada de eso y menos entregar otro cheque en blanco. Lo esencial: Dividir el poder y dejar a la gente trabajar. 

La nueva generación tiene un reto. Ponerse al día rápidamente y hacer que salga a relucir de nuevo la capacidad empresarial que siempre ha tenido el cubano tal como lo ha demostrado en el exilio.  Si tan solo aspiran a ‘mejorar’ lo que hay ahora y tratan de adaptarlo es otro caso de raulismo más o menos mitigado y fracaso seguro. La definición de lo que se requiere es:

Heredamos un sistema fracasado. Solo procede desbaratarlo y crear otro que se base en un gobierno de tamaño manejable, no entrometido en todo, y controlado por los gobernados y no vice versa. Así habrá libertad política y progreso económico.

El estado es para el hombre y no el hombre para el estado. Pero recordemos: Es muy fácil corromper el sistema pidiéndole que haga de todo y que me dé de todo. Cuanto más pidamos más enorme será el gobierno, más nos pedirá y más restringirá la libertad. ¿Arbitro y jugador simultáneamente? El pueblo pierde el partido.

¿Habremos aprendido esta lección al menos en parte? Seamos optimistas y esperemos que así sea.